Europa debe terminar con el asunto de Kosovo
Europa debe terminar con el asunto de Kosovo
The best deal Kosovo and Serbia can get
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Op-Ed / Europe & Central Asia 3 minutes

Europa debe terminar con el asunto de Kosovo

Tras casi una década de compromiso multilateral en Kosovo, la comunidad internacional está alarmantemente cerca de caer ante el obstáculo final. Esta no solo ha ignorado el último plan con que remediar el irresuelto conflicto balcánico, sino que el actor externo más importante –en otras palabras, el que más se juega con un hipotético regreso al caos en sus puertas, la Unión Europea- se ha dejado dividir, en gran parte, debido a un fenómeno que solo puede ser descrito como jugarreta rusa.

Quedan pocas semanas para determinar el estatus legal de un territorio que ha estado administrado por la ONU desde 1999, cuando los bombardeos de la OTAN frenaron la campaña de limpieza étnica de Belgrado contra la provincia disidente, poblada en un 90 por ciento por población albanesa. Cuando el próximo mes finalice el periodo de 120 días de negociaciones finales, nadie podrá prever lo que sucederá. Casi por seguro, las conversaciones entre Belgrado y Prístina desembocaran en punto muerto, lo que llevará a que el Consejo de Seguridad de la ONU, paralizado tras las amenazas de veto de Rusia, se vea incapaz de romper el estancamiento mediante la adopción de la propuesta para Kosovo de Martti Ahtisaari, negociador especial de la ONU.

En resumen, las apuestas para el próximo 10 de diciembre están ya echadas. Es probable que durante los primeros meses de 2008 Prístina declare de forma unilateral su independencia, que será reconocida por alrededor de 22 miembros de la UE –junto con EE.UU., Turquía y la vecina Macedonia entre otros-, aunque no por los restantes países de la Unión. Por un buen número de razones, tal división en el seno de Europa se plantea profundamente preocupante.

En primer lugar, se supone que la UE se dispone a enviar una misión política y otra de reconocimiento legal para reemplazar la presencia de la ONU en Kosovo. Moscú ha dejado claro que rechazará esta iniciativa del mandato del Consejo de Seguridad de la ONU –posición que no aporta nada positivo a los esfuerzos por estabilizar los Balcanes. Si Bruselas en incapaz de llegar a un acuerdo sobre el estatus de Kosovo, la nueva misión de la UE iniciará su andadura plagada de deficiencias. ¿Como van a desarrollar de forma efectiva sus tareas los supervisores, policías y jueces enviados por la UE en un país no reconocido por varios de sus miembros?.

En segundo lugar, ¿de que manera va Bruselas a trabajar con Kosovo sin un consenso de sus miembros sobre la mera existencia legal del nuevo país?. La firma de convenios comerciales así como el inicio de debates sobre la posibilidad de su adhesión a la UE –comenzando por un Acuerdo de Estabilidad y Asociación-, no podrán tener lugar con la actual división en Bruselas sobre Kosovo. El desolado país simplemente continuaría paralizado en su actual limbo legal, lo que no contribuiría en absoluto a la estabilidad política y prosperidad económica de la región.

El escenario puede incluso agravarse. Si la UE se permite el lujo de continuar con dicha división de cara a Kosovo, la población Serbia del norte de Kosovo podría sentirse alentada e iniciar movimientos separatistas dentro del nuevo estado, en especial si la presencia de la OTAN es insuficiente y su mandato no incluyera el derecho de intervención. Por otra parte, las intenciones secesionista de la comunidad serbia del norte del rió Ibar aislarían a los enclaves étnicos serbios localizados en el sur, fuera de las garantías de protección que el plan de Ahtisaari les ofrecería. Los residentes albaneses en la región vecina del valle de Presevo, que en 2000 encabezaron un breve levantamiento, ya han dejado claro que reclamarán su inclusión en el nuevo estado albano-kosovar si los serbios del norte de Kosovo empiezan a demarcar las viejas fronteras internas de la antigua Yugoslavia –lo que también representa una lógica familiar para voces revisionistas dentro de la república bosnia de Srpksa.

No cabe duda que tal expansión de la inestabilidad en la región no forma parte de los intereses de Europa.

Tanto los miembros de la UE frontalmente opuestos a la independencia de Kosovo (principalmente Grecia y Chipre), como los que muestran una postura ambigua (Eslovaquia, Rumania, España, Italia y Eslovenia) parecen no tener un plan alternativo para la provincia –ninguna formula que diez años de negociaciones a todos los niveles hayan podido arrancar- , por lo que no parece descabellado pedirles que simplemente se incorporen a la corriente dominante en Bruselas.  Durante estos años Rusia no ha dudado en jugar la baza de la identidad ortodoxa y al mismo tiempo, promover una corriente de fraternidad con el hermano eslavo. Sin duda, el vínculo europeo debería ser prioritario frente al surgimiento de otros sentimientos.

Otros miembros de la EU temen que el reconocimiento del estado kosovar refuerce elementos separatistas dentro de sus propias fronteras. Kosovo no puede considerarse como precedente: no existe en Europa nada similar a lo que sucedió allí –una población sujeta a una masiva limpieza étnica, reincorporada a su tierra a través de una intervención militar internacional para vivir bajo la protección de la ONU que, gracias a una resolución de su Consejo de Seguridad, establece que el futuro estatus de la provincia sea determinado por un proceso político.

Más allá de tendencias románticas y temores infundados, existe un alto riesgo de encontradas reacciones tras el 10 de diciembre. Aunque no ha ocurrido, que duda cabe que lo ideal hubiera sido la aprobación del plan Ahtisaari por parte del Consejo de Seguridad de la ONU. Para evitar un incremento de la inestabilidad dentro de sus propias fronteras, la UE no tiene otra opción que apoyar la ya inevitable declaración de independencia de Prístina y prepararse para tratar como uno más al nuevo estado europeo.

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