Guerra en Europa: Cómo Responder a la invasión rusa de Ucrania
Guerra en Europa: Cómo Responder a la invasión rusa de Ucrania
A Russian army's military engineer in an explosive suit. Russia has deployed at least 100,000 troops along Ukraine border amid mounting tension in the Eastern Europe. EyePress News / EyePress via AFP
Statement / Europe & Central Asia 20+ minutes

Guerra en Europa: Cómo Responder a la invasión rusa de Ucrania

El asalto de Rusia a Ucrania amenaza con convertirse en el mayor conflicto europeo en décadas. Una respuesta enérgica pero prudente por parte de Occidente y a nivel global es fundamental para contener los daños.

En un estremecedor acto de agresión, el presidente ruso, Vladimir Putin, lanzó un ataque militar contra Ucrania en la madrugada del 24 de febrero. Que algunos líderes occidentales hayan advertido durante varias semanas que esto era posible no mitigó la conmoción. El presidente Putin anunció lo que caracterizó como una “operación militar especial” para desmilitarizar y “desnazificar” a Ucrania, e insinuó apenas entre líneas la posibilidad de ataques nucleares contra cualquier potencia externa que acudiera en su ayuda. Los habitantes de la capital de Ucrania, Kyiv, y de ciudades de todo el país se despertaron con las explosiones de bombas y misiles rusos cayendo sobre instalaciones e infraestructuras militares. El bombardeo se produce tras meses de concentración de hasta 200 000 soldados rusos en las fronteras de Ucrania, al norte, al occidente y al sur. Las fuerzas terrestres que posteriormente ingresaron a Ucrania indican que Rusia se ha embarcado no solo en una campaña aérea destinada a derrocar al gobierno ucraniano, sino en una invasión a gran escala. El costo humanitario podría ser catastrófico.

La beligerancia de Rusia representa un golpe abrumador a la norma contra la ocupación, que ... ha servido de base para los asuntos globales desde la Segunda Guerra Mundial.

La beligerancia de Rusia representa un golpe abrumador a la norma contra la ocupación, que, con pocas excepciones, ha servido de base para los asuntos globales desde la Segunda Guerra Mundial. El mundo entero, y no solo las potencias occidentales que hasta el momento han sido las más activas, ahora debe hacer lo que esté a su alcance para contener los daños. Aunque las medidas disponibles pueden parecer pequeñas ante la escala de lo que está haciendo el presidente Putin, y no pueden hacer retroceder el tiempo ni revertir por si solas la agresión de Rusia, una demostración de unidad y la imposición de costos por parte de potencias externas representan la mejor esperanza de reconducir a la región, y al mundo, hacia un orden más estable:

  • La primera tarea de las potencias occidentales y sus socios, la cual ya se ha puesto en marcha, es tomar las medidas que habían anunciado serían la consecuencia de una escalada militar de Moscú. Esto significa desplegar los paquetes de sanciones que prometieron, incluidas sanciones contra instituciones financieras, funcionarios rusos y líderes empresariales, evitando al mismo tiempo medidas que perjudiquen innecesariamente a los ciudadanos rusos promedio, como la prohibición de visados. La OTAN y sus miembros también deben continuar concentrando fuerzas en el flanco oriental de la alianza. También deben seguir apoyando a Ucrania con armas y otro tipo de asistencia. Al mismo tiempo, aunque la diplomacia resulte poco prometedora en los próximos días, deben mantener la puerta abierta sin importar cuánto empeore la situación.
     
  • Las potencias no occidentales deben alzar su voz, siguiendo el ejemplo del representante permanente de Kenia ante la ONU, cuya poderosa intervención ante el Consejo de Seguridad el 21 de febrero denunció la violación de Rusia a la soberanía ucraniana. Deben dejar claro el costo reputacional que acarrea la guerra de agresión de Moscú. Los amigos de Rusia, especialmente China (que por el momento parece, lamentablemente, apostarle al plan de Putin) deben hacer un balance de lo que este acto desestabilizador les costará política y económicamente. En la medida en que puedan presionar a Rusia para que cambie su rumbo, deben hacerlo.
     
  • La ONU y otros organismos deben tomar medidas urgentes para ayudar a Ucrania a prepararse para las posibles consecuencias humanitarias de la guerra. Es probable que se produzcan desplazamientos a gran escala y haya urgentes necesidades médicas. La propia Rusia seguramente tendrá que acoger a un gran número de refugiados, para lo que no parece haberse preparado. Las agencias humanitarias deben, con el apoyo de donantes, prepararse para lo peor. Más por motivos de reputación que por su posible efectividad, otros organismos internacionales deben hacer todo lo posible por demostrar su rechazo. La Asamblea General de la ONU o el Consejo de Derechos Humanos deben establecer un mecanismo de investigación para recopilar evidencia de violaciones al derecho internacional humanitario y abusos a los derechos humanos en los actuales combates y en cualquier tipo de ocupación que pueda llegar a darse.
     

En realidad, sin embargo, qué tan horrible será lo que está por venir depende principalmente de las decisiones que se tomen en el Kremlin. Moscú se enfrenta no solo a las sanciones y a la concentración de tropas de la OTAN que las potencias occidentales ahora emprenderán, sino también a una posible feroz resistencia ucraniana que parece haber descartado, a costos potencialmente enormes para su reputación global y la necesidad de convencer a su población de que esta guerra contra un país vecino, en el que muchos ciudadanos rusos tienen familiares y amigos, es realmente crucial para la seguridad nacional. Aparentemente aislado, enfadado y decidido en su peligroso camino, quizás será imposible convencer a Putin. Cambiar el curso hacia la búsqueda de un acuerdo negociado aún podría conducir a una verdadera reducción de fuerzas en Europa y haría mucho más por la seguridad rusa que la guerra en Ucrania. Por ahora, sin embargo, eso parece una esperanza lejana. Quienes se oponen a la agresión de Moscú deben hacer que Rusia pague un precio costoso y prepararse para lo que podría ser una lucha larga y difícil.

Una escalada lenta y luego rápida

El bombardeo de Rusia marca una escalada dramática en una guerra que ha librado contra Ucrania desde 2014. En ese entonces, las protestas a favor de vínculos más estrechos con la Unión Europea (UE) llevaron a la salida de un presidente pro-Moscú. Rusia, que vio la intromisión de Occidente tanto en los disturbios como en el nuevo gobierno de Kyiv, anexó la península de Crimea y envió armas y personal para apoyar a los separatistas en la región oriental de Donbás. Dos acuerdos de alto al fuego firmados en 2014 y 2015, los acuerdos de Minsk, pusieron fin a la peor parte de los combates y dejaron a los separatistas en control de aproximadamente un tercio de las regiones de Donetsk y Luhansk en Ucrania, donde proclamaron las Repúblicas Populares de Donetsk y Luhansk (RPD y RPL). Los acuerdos de Minsk establecieron una hoja de ruta para la paz y la reintegración de las regiones controladas por separatistas bajo un “estatus especial” indefinido. Moscú vio los acuerdos como una forma de forzar a Kyiv a integrar a sus representantes en una confederación, en la que las entidades controladas por los separatistas podrían vetar cualquier decisión importante. Kyiv no tenía ninguna intención de dejar que esto pasara y culpó a Moscú por no cumplir con el retiro de armas y tropas, como también lo estipulaban los acuerdos de Minsk.

Los preparativos de Moscú para esta última fase de la guerra se remontan al menos a la primavera de 2021.

Los preparativos de Moscú para esta última fase de la guerra se remontan al menos a la primavera de 2021. Cada vez más frustrado con el presidente ucraniano Volodímir Zelenski, quien llegó al poder en 2019 haciendo campaña con promesas de paz, pero se negó a implementar los acuerdos de Minsk en los términos de Rusia, Moscú desplegó cerca de la frontera con Ucrania lo que parecía el comienzo de una fuerza de invasión. Posteriormente retiró muchas tropas, aunque dejó la infraestructura en su lugar. Una segunda concentración empezó en otoño de 2021, esta vez con un mayor número de soldados y con despliegues en nuevos frentes, incluidos Bielorrusia en el norte y Crimea en el sur.

Los despliegues provocaron una diplomacia frenética destinada a evitar la guerra. Los Estados occidentales se embarcaron en una campaña diplomática de dos frentes: en primer lugar, dejaron claro que cualquier nueva agresión en Ucrania sería enfrentada con duras sanciones económicas y un aumento de las fuerzas de la OTAN cerca de las fronteras rusas y, en segundo lugar, que, si las fuerzas rusas se retiraban, los gobiernos occidentales estaban dispuestos a negociar nuevos límites a las actividades, ejercicios y despliegues en Europa. Moscú respondió con sus propias exigencias, mientras afirmaba que Occidente estaba exagerando “histéricamente” su concentración de tropas. Quería que la OTAN y EE. UU. firmaran tratados vinculantes comprometiéndose a no expandir más la alianza, especialmente a otros países de la antigua Unión Soviética; a retirar todas las fuerzas militares hacia los países que ya eran miembros de la OTAN cuando colapsó la Unión Soviética, y a evitar los despliegues de misiles de alcance intermedio y armas nucleares estadounidenses en Europa. Aunque la OTAN se negó a cerrar sus puertas a nuevos miembros, líderes occidentales le comunicaron a Moscú que no tenían planes de permitir la adhesión de Ucrania o Georgia; que podrían limitar mutuamente los despliegues, ejercicios y actividades de misiles de alcance intermedio, y que estaban dispuestos a embarcarse en una discusión más amplia y largamente aplazada sobre la arquitectura de seguridad europea. Adicionalmente, desclasificaron y compartieron inteligencia sobre la concentración de tropas y los planes de Moscú, que parecían incluir una invasión y ocupación a gran escala de gran parte de Ucrania.

Durante semanas las negociaciones y los movimientos de tropas rusas continuaron de manera paralela, hasta que la situación se intensificó a mediados de febrero. La línea de contacto entre el territorio separatista y el controlado por el gobierno en Donbás, que había permanecido esencialmente tranquila durante el proceso, experimentó un fuerte aumento en los bombardeos. Los medios de comunicación rusos y los controlados por separatistas, que hasta ahora se habían centrado en denunciar la histeria occidental y minimizar los riesgos de guerra, describieron los combates como el comienzo de una campaña ucraniana para retomar los territorios controlados por los separatistas, en medio de un intento de genocidio de la población de habla rusa. Ucrania, por su parte, insistió en que no inició los ataques, y el ejército ucraniano acusó a los combatientes separatistas de bombardear su propio territorio con fines propagandísticos. Las acusaciones de genocidio de Rusia se basaron en imágenes manipuladas y fuera de contexto que fueron fácilmente desacreditadas. El 17 de febrero, los jefes de la RPD y la RPL anunciaron la evacuación de su población civil a Rostov, en Rusia, la cual aparentemente tomó por sorpresa al gobernador de Rostov, quien indicó no tener prevista su llegada. Según Moscú, al 22 de febrero, habían llegado unos 90 000 refugiados a pesar de la escasez de vivienda y alimentos. Los refugiados son en su inmensa mayoría mujeres, niños y ancianos. Los separatistas anunciaron la movilización de toda la población masculina entre 18 y 55 años y prohibieron la salida de los hombres.

Al mismo tiempo, el ruido de sables ruso aumentó. Ejercicios en el Mar Negro restringieron drásticamente la libertad de movimiento y navegación. Moscú también realizó simulacros de fuerzas de disuasión estratégica nuclear y convencional, incluyendo el lanzamiento de misiles balísticos y de crucero el 19 de febrero. Aunque probablemente fueron programados con mucha anticipación, contribuyeron a generar la sensación de que Rusia se estaba preparando para la guerra. En otros lugares cerca de la frontera con Ucrania, las fuerzas rusas se acercaron cada vez más, en disonancia con las promesas del ministro de Defensa ruso, Sergei Shoigu, de empezar a retirar las tropas al finalizar los ejercicios. De hecho, los ejercicios militares conjuntos entre Rusia y Bielorrusia, que sirvieron de pretexto para que decenas de miles de tropas rusas se concentraran en Bielorrusia en el flanco norte de Ucrania (a unos 200 km de Kyiv), se prolongaron más allá de su fecha prevista de finalización del 20 de febrero, con el Ministerio de Defensa de Bielorrusia citando crecientes tensiones en Donbás. Allí y en otros lugares, las formaciones de tropas y armas rusas se hicieron más pequeñas, más dispersas y se ocultaron mejor. Imágenes satelitales revelaron un nuevo puente flotante en el sur de Bielorrusia sobre el Prípiat, un importante río que corre a través de la frontera entre Bielorrusia y Ucrania, instalado para hacer que la ruta desde las formaciones de preparación hasta la capital ucraniana fuera 70 km más corta.

El discurso [de Putin] describió a la OTAN como un enemigo hostil empeñado en debilitar y limitar a Rusia

Un destello de esperanza que apareció el 20 de febrero se desvaneció rápidamente. Putin y el presidente francés Macron hablaron telefónicamente dos veces y se comprometieron a continuar las conversaciones, incluso para facilitar una reunión con el presidente estadounidense Joe Biden, quien accedió a reunirse, con la condición de que no hubiera una nueva escalada por parte de Rusia. Al día siguiente, el 21 de febrero, Moscú televisó una reunión del Consejo de Seguridad Nacional ruso dirigida por Putin y visiblemente escenificada, convocada para discutir el posible reconocimiento de las dos repúblicas separatistas, y luego transmitió el discurso de Putin anunciando dicho reconocimiento. El discurso describió a la OTAN como un enemigo hostil empeñado en debilitar y limitar a Rusia. Estuvo marcado por la hostilidad en contra de Ucrania y el rechazo al su carácter como nación, remontándose a la historia para culpar a Vladimir Lenin por haber reconocido a Ucrania como una república soviética durante el período posrevolucionario. El reconocimiento de la RPD y la RPL dejó sin efecto a los acuerdos de Minsk. Creó un pretexto para que Moscú enviara tropas, bajo la apariencia de fuerzas de mantenimiento de paz para defender a la RPL y la RPD, que, para Moscú, ahora estaban facultadas para autorizar su presencia. También resaltó el rechazo de Putin a la legitimidad de Ucrania como Estado-nación.

A medida que se incrementaba el ingreso de tropas rusas a las áreas controladas por los separatistas, el 23 de febrero Ucrania declaró el estado de emergencia, convocó a los reservistas y aprobó una ley que le permite a los ciudadanos portar armas de fuego y usarlas en defensa propia. Esa noche, el presidente Zelenski informó que sus esfuerzos por comunicarse con Putin habían sido en vano. Hablando en ruso en su canal de Telegram, se dirigió al pueblo ruso en un sincero llamado para evitar la guerra. Refiriéndose a la propaganda de Moscú, Zelenski preguntó cómo él, el nieto de un hombre que sirvió en la infantería soviética durante la Segunda Guerra Mundial y murió en la Ucrania independiente, podría ser nazi (Zelenski también es judío). El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, respondió diciendo que los funcionarios del Kremlin no estaban seguros de lo que podrían discutir los dos presidentes, pero que no se oponían a las conversaciones si podían “cortar el nudo gordiano” del oriente de Ucrania. Al comenzar los bombardeos rusos, Kyiv rompió oficialmente sus relaciones diplomáticas con Moscú.

El primer día de la guerra a gran escala

Si bien aún queda mucho por aclarar, Rusia parece haber comenzado su asalto con ataques de largo alcance dirigidos a infraestructura militar y de otro tipo en toda Ucrania, incluso cerca de Kyiv y otras ciudades principales del país, como el puerto de Odessa en el Mar Negro, así como los centros industriales del oriente, Kharkiv, Dnipró y Mariúpol. El occidente de Ucrania no fue la excepción, con bombas cayendo en la región de Lviv y cerca de Lutsk. El bombardeo inicial puede haber tenido como objetivo destruir cualquier capacidad de defensa aérea que Ucrania pudiera tener. También pudo haber estado destinada a intimidar a los ucranianos y demostrar la masiva superioridad militar de Rusia. Informes ya sugieren que el bombardeo ha causado decenas de muertos y heridos entre la población civil.

Fuerzas terrestres rusas, incluidas columnas de vehículos de combate y artillería pesada, avanzaron desde Crimea en el sur y Bielorrusia en el norte, incluso mientras desplegaban más personal en otros lugares a través de helicópteros. Múltiples informes de combates, particularmente en el sur, fueron seguidos por noticias de que las fuerzas rusas se habían tomado partes de Ucrania, incluidas Kherson en el sur, Sumy en el nororiente y la zona de exclusión de Chernóbil. El aeropuerto de Hostómel, cerca de Kyiv, cambió de manos al menos dos veces. Los combates también se intensificaron en Donbás. Diversas fuentes presentaron evidencias gráficas de bajas de ambas partes y prisioneros de guerra tomados por Ucrania. No está claro cuánto tiempo podrán resistir las fuerzas ucranianas.

Si el objetivo de Rusia es una Ucrania desmilitarizada y obediente ... es difícil imaginar cómo lograra conseguir esto sin algún tipo de ocupación militar

Si el objetivo de Rusia es una Ucrania desmilitarizada y obediente, como lo indica Putin en sus declaraciones y discursos, es difícil imaginar cómo lograra conseguir esto sin algún tipo de ocupación militar. Los despliegues de tropas de la Guardia Nacional rusa junto a unidades ofensivas en las fronteras de Ucrania desde principios de 2022 sugieren que Moscú se ha estado preparando para ocupar al menos partes de Ucrania. Con el tiempo, la ocupación casi con seguridad enfrentará resistencia y será sumamente costosa, lo que puede llevar a Moscú a intentar instalar un gobierno sustituto. Pero crear una autoridad gubernamental capaz de controlar a una población hostil también será costoso y difícil, aunque puede que Moscú piense (probablemente de manera equivocada) que la mayoría de los ucranianos cederán o que los métodos brutales que está dispuesto a implementar los acobardarán. Tampoco está claro que tan seria fue la demanda del 24 de febrero de Moscú, cuando exigió que Ucrania se rindiera y se comprometiera a la neutralidad y desmilitarización. Pero es muy poco probable que Kyiv, que hasta ahora se ha mostrado desafiante, acceda.

Si Rusia no puede contar con una pronta capitulación de Ucrania, la negativa de Putin a hablar con Zelenski en la tarde del 23 de febrero puede indicar un intento por castigar a Ucrania antes de aceptar cualquier rendición, lo que significaría la continuación de los bombardeos. A medida que las tropas rusas avanzan, tanto la resistencia que enfrentarán como la manera en la que respondan inevitablemente pondrán en peligro a los civiles. También lo harán, por supuesto, los bombardeos.

Además, rumores y valoraciones de inteligencia de EE. UU., que informan sobre planes rusos para encarcelar e incluso asesinar a funcionarios ucranianos en servicio y a otras personas generan, preocupaciones sobre posibles violaciones al derecho internacional humanitario y los derechos humanos en una Ucrania bajo control ruso. Es probable que personas vinculadas a organizaciones occidentales enfrenten un mayor riesgo. Como también será el caso de aquellos afiliados a grupos, movimientos e identidades satanizadas por Moscú, como las personas LGBTQ+.

Por otra parte, si Rusia ocupa la mayor parte o la totalidad de Ucrania, los ucranianos se pueden hacer una idea del futuro que les espera al mirar lo que sucedió en la RPD y la RPL. Es probable que una Ucrania ocupada por Rusia enfrente sanciones, lo que significa que su economía se deterioraría. El objetivo de Rusia es una Ucrania sometida, no próspera, y seguramente la asistencia rusa sea mínima, ya que su propia economía sufrirá bajo las nuevas sanciones. Es probable que se produzcan migraciones masivas a partes de Ucrania no controladas por Rusia, y quizás a Estados vecinos, si sigue siendo factible. Lo mismo ocurriría con la migración a la propia Rusia. A diferencia de la RPL y la RPD, la oposición activa, y tal vez incluso la resistencia armada, sin duda están sobre la mesa, aunque su forma y alcance son difíciles de predecir.

La lógica de Moscú

Como ha señalado anteriormente Crisis Group, el presidente Putin ha elegido un camino marcado por el riesgo y la incertidumbre para Rusia. La cuestión no es quién ganará la guerra. Ucrania no puede supera al ejército ruso. Pero, como aprendió EE. UU. en Irak y Afganistán, derrocar a un gobierno y crear una alternativa viable para remplazarlo son dos cosas muy diferentes. Instalar un régimen sustituto capaz de controlar a una población hostil sin el respaldo militar ruso será difícil, incluso si ese gobierno aplica las tácticas in terrorem que Moscú parece dispuesto a desplegar para acabar de raíz con la oposición. Una ocupación total sería enormemente costosa. Se desconoce hasta qué punto la economía rusa podrá soportar las severas sanciones previstas por Occidente. Mientras tanto, la agresiva campaña de Putin le ha inyectado una nueva vida a la OTAN y ha provocado precisamente el tipo de concentración de tropas en sus fronteras que ha estado tratando de evitar. Aunque muchos países no occidentales hasta ahora han evitado condenar directamente la beligerancia de Rusia, invadir a un país soberano con un pretexto tan débil puede causar un daño permanente a la posición internacional de Putin más allá de Occidente.

La historia contada en el discurso del presidente Putin refleja una visión del mundo en la que la expansión hacia el oriente de las instituciones occidentales es un juego de suma cero.

¿Por qué, entonces, una movida tan peligrosa? La historia contada en el discurso del presidente Putin refleja una visión del mundo en la que la expansión hacia el oriente de las instituciones occidentales es un juego de suma cero que limita, debilita y pretende coaccionar a Rusia política, militar y económicamente. Como dijo Putin, incluso si Ucrania no está en camino a ingresar a la OTAN, Moscú percibe sus crecientes lazos con la alianza como un riesgo, que probablemente conduzca al despliegue de fuerzas e infraestructura de la OTAN en Ucrania, todo con el objetivo de amenazar a Rusia. Moscú no confía en las promesas verbales de la OTAN de que Ucrania no ingresará a la alianza y que no se desplegará ningún tipo de infraestructura en el país. Considera que la expansión de la OTAN hasta la fecha, de lo que culpa principalmente a EE. UU., constituye una violación sustancial a su confianza. Historiadores debaten qué tantas promesas que se le ofrecieron a la Unión Soviética de que la alianza no crecería, pero está claro que no se concedieron garantías formales a Moscú. Esta experiencia histórica ayuda a explicar porque Rusia exige acuerdos “jurídicamente vinculantes” esta vez.

Sin embargo, es probable que haya otros factores en juego en la decisión del presidente Putin de optar por la guerra. Uno de ellos podría ser que Moscú considera su fuerza militar como una de sus herramientas más exitosas de los últimos años. En Siria, la intervención de Rusia cambió el curso de la guerra, fortaleciendo al régimen de Bashar al-Assad y posicionando a Rusia en un papel central. Moscú puede considerar que su intervención de 2008 en Georgia ayudó a evitar que ese país se alineara más estrechamente con la OTAN y la UE. Puede pensar que solo el uso de la fuerza convencerá a Ucrania y a los ucranianos de que no tienen más remedio que alinearse con Rusia, especialmente dado que los Estados occidentales no acudirán a su rescate. Como se dijo anteriormente, puede subestimar la hostilidad que las políticas de Moscú desde 2014 inspiran en Ucrania fuera de las áreas controladas por los separatistas o confiar en su capacidad para superar la resistencia con una brutalidad espeluznante.

La tendencia hacia la coerción puede haberse fortalecido durante los últimos dos años, ya que el estrecho círculo de asesores alrededor de Putin se redujo aún más debido a las precauciones tomadas para evitar el COVID-19. Como afirma un observador, este círculo probablemente ha llegado a remplazar a los más moderados, quienes se centran en el desarrollo económico, por quienes se adhieren a una línea más dura y se inclinan por los puntos de vista de suma cero descritos anteriormente. Esas personas, y al parecer el propio Putin, ven un Occidente que simultáneamente está perdiendo terreno geopolíticamente y actuando agresivamente hacia Rusia, creando tanto una oportunidad como un imperativo para que Moscú aproveche su ventaja. Bajo este supuesto, Ucrania, con unos lazos históricos tan estrechos con Rusia, sería un lugar lógico para que el Kremlin trazara una línea. Además, es poco probable que este grupo de asesores se deje disuadir por las sanciones, ya que considera que Occidente está decidido a implementarlas en un esfuerzo por estrangular la economía rusa, hagan lo que hagan, y es irrelevante para ellos personalmente, ya que muchos ya son objeto de sanciones.

Es casi seguro que la guerra lleva mucho tiempo planeándose. La concentración de tropas cerca de Ucrania, que comenzó con una versión más pequeña en la primavera de 2021, le dio a Moscú las opciones sobre las que ahora ha actuado. Los movimientos de las últimas semanas de Moscú muestran signos de haber sido cuidadosamente orquestados. La reunión del Consejo de Seguridad Nacional del 21 de febrero no solo parecía sobreactuada, a pesar de las garantías de Putin de que no lo era, sino que parecía haber sido grabada con mucha antelación, de acuerdo con los relojes que se podían ver en las muñecas de los participantes. Periodistas de inteligencia de fuentes abiertas cuestionaron si la evacuación de las repúblicas separatistas era una farsa tras detectar en los metadatos del video que tanto los líderes separatistas en Luhansk como en Donetsk grabaron los llamados a evacuar en la mañana del 16 de febrero, dos días antes de que se emitieran. Planeado con mucha antelación no significa necesariamente inevitable. Pero la falta de voluntad de Moscú para ceder en sus posiciones iniciales de negociación maximalistas y su continua escalada, mientras se reunía con líderes occidentales y, en algunos casos, incluso prometía retirar las tropas, sugieren que no había muchas esperanzas de que aceptara un acuerdo negociado que no fuera la capitulación total.

Críticos de la política occidental analizan las fatídicas decisiones respecto a la ampliación de la OTAN tras la guerra fría y sugieren que esta crisis es en parte obra de la propia alianza. Pero sin importar el mérito de ese argumento, el regreso por completo al statu quo de antes de 1997 que exigía Rusia nunca fue realista en los últimos meses, y ahora está fuera de discusión. Al igual que su insistencia en que la OTAN se comprometiera formalmente a detener su expansión. En primer lugar, aunque el Acta Fundacional OTAN-Rusia de 1997 prohíbe el despliegue permanente de fuerzas sustanciales de la OTAN en los territorios de nuevos miembros, muchos de ellos consideran que la presencia en su territorio de fuerzas rotativas de menor tamaño es fundamental para la seguridad, entre otras, porque las consideran cruciales para disipar cualquier idea de generar una acción agresiva que Moscú pudiera tener, una consideración que desborda lo hipotético dado el curso de los acontecimientos en Ucrania. En segundo lugar, aunque dejaron claro que no pretenden admitir a Ucrania a corto plazo, los miembros de la OTAN no están dispuestos, por principio, a rescindir el ofrecimiento que hicieron en 2008. En tercer lugar, los gobiernos occidentales estaban razonablemente preocupados por el precedente que podrían sentar al parecer ceder ante la diplomacia bélica rusa y quedar expuestos a que sus opositores políticos internos los califiquen de débiles.

En este contexto, EE. UU. y sus aliados de la OTAN tomaron la mejor ruta que tenían disponible, dejaron claro que apoyarían, pero no defenderían militarmente a Ucrania; acordaron un conjunto significativo de sanciones para imponer en caso de mayores agresiones; expusieron los planes e intenciones de Rusia para deslegitimizar sus argumentos ante una audiencia internacional, y crearon una opción diplomática seria para discutir los temas de mayor preocupación para Moscú. Nunca se garantizó el éxito que este enfoque pudiera tener. Pero las alternativas, poner sobre la mesa una confrontación militar entre potencias nucleares o no hacer nada y fomentar así la impresión de una agresión sin consecuencias, habrían sido peores.

Cómo responder a la agresión de Rusia

Después de meses en los que la diplomacia de crisis no logró evitar lo que bien podría ser la mayor guerra de Europa en una generación, ahora la atención se debe centrar en hacer todo lo posible para contener los daños. Toda la responsabilidad recae en Moscú, que idealmente retomaría las conversaciones tanto con Kyiv como con las potencias occidentales y, de hecho, aún podría beneficiarse de las negociaciones sobre la arquitectura de seguridad europea. Pero con el Kremlin aparentemente decidido en un camino más destructivo, los demás deben hacer lo que esté a su alcance para maximizar las consecuencias para Rusia, tanto para disuadir futuras agresiones, como para motivar algún tipo de rectificación de la situación en Ucrania, aunque esto parece ser una tarea difícil por el momento.

Las decisiones más difíciles en el próximo período probablemente recaigan en el presidente Zelenski. Ampliamente superado militarmente, tendrá que decidir cómo librar la guerra y el costo que su gobierno y el pueblo ucraniano en general están dispuestos a soportar para defender su patria. Las encuestas, al menos, indicaban a mediados de febrero que casi el 60 por ciento de los ucranianos estaban dispuestos a resistir; pero al empezar a caer las bombas y con las familias amenazadas es difícil saber si ese sentimiento se fortalecerá o se desvanecerá. Kyiv tendrá que hacer sus cálculos sin contar con la ayuda de los Estados miembros de la OTAN más allá que para proporcionar algunas armas. Incluso antes de que Putin insinuara el uso de armas nucleares en su discurso del 24 de febrero, las potencias occidentales, comprensiblemente, habían dejado claro que su intervención militar no está sobre la mesa.

Para las potencias occidentales, los desafíos serán de otra naturaleza. La mayoría ya ha reaccionado con indignación ante lo que describieron como un ataque injustificable a la estabilidad de Europa y el orden internacional. El presidente Biden advirtió sobre una “pérdida catastrófica de vidas” y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, calificó el avance de Rusia como “bárbaro”. Aunque reiteró que las tropas de la OTAN no entrarían en la lucha, el secretario general Jens Stoltenberg condenó contundentemente la acción rusa: “La paz en nuestro continente ha sido destruida”, dijo. “Esta es una invasión deliberada, a sangre fría y largamente planeada. Rusia está usando la fuerza para tratar de reescribir la historia”. Según informes, Estados occidentales también prepararon una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU condenando la acción de Rusia, aunque se espera que Moscú la vete cuando se someta a votación. La pregunta es qué pueden hacer más allá de usar una retórica contundente que sea a la vez significativa y consciente de la necesidad de evitar una escalada potencialmente catastrófica.

El principal objetivo será implementar y hacer cumplir rigurosamente las sanciones con las que los líderes occidentales llevan semanas amenazando, lo cual será fundamental para que las amenazas del bloque se consideren un elemento disuasorio creíble en el futuro. Al 23 de febrero, EE. UU., la UE y otros, incluidos el Reino Unido, Japón y Australia, ya habían impuesto sanciones limitadas en respuesta al reconocimiento por parte de Rusia de las dos regiones separatistas de Ucrania. Las medidas afectaron a bancos e individuos rusos y representaron un paso para sacar a Rusia de los mercados financieros mundiales. La decisión del canciller alemán Olaf Scholz de suspender la aprobación para el gasoducto Nord Stream de Rusia para bombear gas a Alemania fue particularmente dura debido al apoyo que Berlín ha venido prestando desde hace tiempo al proyecto y puede haber contribuido a catalizar la respuesta europea. En respuesta a los ataques del 24 de febrero, el presidente Biden anunció nuevas medidas, incluidas sanciones a cuatro de los principales bancos estatales rusos y la imposición de controles de exportación para impedir que Rusia adquiera bienes tecnológicos que, según sus palabras, reducirían más de la mitad de las importaciones rusas de alta tecnología. Se espera que la UE siga su ejemplo. Corea del Sur también ha dicho ahora que se sumará al régimen de sanciones.

A medida que las potencias occidentales adoptan estas medidas, deben especificar lo que Moscú puede hacer (es decir, revertir su agresión en Ucrania) para que se levanten las sanciones. Es poco probable que esto tenga un gran impacto en un liderazgo del Kremlin que ya prevé un duro golpe económico. Pero le indicaría al pueblo ruso que sus líderes políticos tienen el poder de mitigar los golpes que están a punto de sufrir. El sentimiento popular en Moscú sugiere un estado de ánimo menos entusiasta sobre esta aventura militar que el que acogió (por ejemplo) la iniciativa de Putin en 2014 contra Crimea. Aunque es una línea difícil de transitar, EE. UU. y otras potencias occidentales deben hacer todo lo posible para mantenerse del lado correcto de la opinión pública rusa evitando medidas punitivas innecesarias, como una prohibición general de visados, que irían en contra de los objetivos a largo plazo.

Los miembros de la OTAN también tendrán que recalibrar la posición de sus fuerzas en Europa, ante todo para tranquilizar a los aliados cerca de Rusia. Es casi seguro que aumentarán el ritmo de los ejercicios militares. El Acta Fundacional de la OTAN-Rusia y sus compromisos seguramente se sumarán al caudal de acuerdos enviados recientemente a la basura. A pesar de la amenaza de Putin de extremar las consecuencias, las potencias occidentales deben continuar apoyando al Estado ucraniano con armas y suministros mientras sea posible. Al mismo tiempo, a medida que los ánimos se exaltan en ambos lados de la línea oriente-occidente y más fuerzas de la OTAN lleguen cerca de las fronteras de Rusia, será más importante que nunca que los centros de comando en ambos lados mantengan las líneas abiertas para la resolución de conflictos y desescalada de las tensiones que se puedan generar por el aumento en los niveles de actividad.

Occidente no debe ser el único bloque enviando mensajes a Moscú. Entre más países no alineados le hagan saber a Moscú los costos reputacionales que generará su agresión, mejor. Podrían hacer eco temas de la intervención de Kenia en la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU del 21 de febrero: en otras palabras, podrían describir la catástrofe que se produciría si el resto del mundo decidiera desconocer las fronteras al aparente servicio de unir a pueblos semejantes. China, si así lo decidiera, podría desempeñar un papel valioso. Aunque al principio no manifestó su respaldo a los movimientos de Rusia, Beijing hizo declaraciones el 24 de febrero un poco más inclinadas a favor de Moscú y evitó calificar el ataque de Rusia contra Ucrania como una invasión. Independientemente de sus cálculos geoestratégicos hasta la fecha, China debe considerar seriamente los riesgos de poner sus fichas en Putin. La guerra de Rusia es un ataque frontal al principio de soberanía, que China ha tratado como inviolable. Los riesgos, la incertidumbre y las repercusiones económicas que desencadenará la crisis son una fuente de preocupación para todos, incluido Beijing.

La preparación para hacer frente a las consecuencias humanitarias debe ser otra prioridad.

La preparación para hacer frente a las consecuencias humanitarias debe ser otra prioridad. Si la guerra continúa, especialmente si va seguida de una ocupación, decenas o cientos de miles de personas, potencialmente incluso más, podrían verse desplazadas en busca de seguridad y protección. El acceso a la atención médica necesaria para civiles será de gran importancia. Ucrania, que hasta ahora parece no haberse preparado lo suficiente para tales contingencias, debe hacer lo que esté a su alcance, tan rápido como pueda, en cooperación con organizaciones internacionales y ONG. Los países vecinos, que han empezado a tomar medidas para prepararse, tendrán que hacer más. Toda la planificación debe basarse en la experiencia que las organizaciones humanitarias han adquirido en Donbás durante los últimos ocho años. Las organizaciones locales, muchas de las cuales resultarán expulsadas por la invasión, deben tener la oportunidad de participar desde el principio en la respuesta humanitaria. La propia Rusia tendrá que hacer frente a los flujos de refugiados y estar preparada para asumir la mayoría, si no todas, las responsabilidades humanitarias en las zonas que controla. Los organismos internacionales que monitorean la ejecución de atrocidades durante tiempos de guerra también deben indicar que estarán vigilando la situación a medida que evolucione. Por ejemplo, la Asamblea General de la ONU o el Consejo de Derechos Humanos podrían desplegar una misión de investigación u organismo similar que recopile cualquier evidencia de violaciones al derecho internacional o abusos a los derechos humanos cometidos durante el desarrollo de las hostilidades o en cualquier posterior ocupación.

Por ahora, es poco probable que la diplomacia y las contramedidas que ha preparado Occidente cambien el parecer en Moscú, y las cosas bien podrían empeorar antes de mejorar. La guerra en Ucrania y una concentración militar en Europa Oriental prácticamente garantizan nuevas crisis, cada una potencialmente mucho más volátil. Aunque es evidente que Ucrania tiene una importancia especial para Moscú y para el propio Putin, no se puede dar por hecho que Rusia se detendrá allí. A medida que los Estados occidentales se queden sin castigos económicos que aplicar, aumentará la presión para responder militarmente. El creciente riesgo significa que conversaciones continuas sobre la seguridad europea y el control de armas, nucleares y convencionales, son necesarias, incluso si, por ahora, lamentablemente parecen estar fuera de alcance. A menos y hasta que la situación actual se intensifique a niveles sin precedentes, EE. UU. y la UE tarde o temprano tendrán que reanudar el diálogo con Rusia, tanto para asegurarse de que todos comprendan plenamente las consecuencias del camino en el que se encuentran como para identificar formas para evitar mayores desastres.

A medida que los tanques cruzan las fronteras europeas, es tentador buscar esperanza en algún lado. Hoy, lamentablemente, la esperanza escasea. En este momento, los países que quieren evitar crear un futuro en el que los agresores se sientan seguros deben demostrar su unidad y prepararse para enfrentar los desafíos que se avecinan con prudencia y determinación.

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