Russian President Vladimir Putin holds a meeting with Chinese President Xi Jinping via a video link at the Kremlin in Moscow on December 30, 2022. Russian leader told his Chinese counterpart on December 30 he was keen to ramp up military cooperation and hailed the two countries' efforts to counter Western influence.
Russian President Vladimir Putin holds a meeting with Chinese President Xi Jinping via a video link at the Kremlin in Moscow on December 30, 2022. Mikhail Klimentyev / SPUTNIK / AFP
Commentary / Global 18 minutes

La política global a la sombra de Ucrania

El siguiente comentario es una adaptación de un informe de marzo de 2023 de Comfort Ero, presidenta y CEO de Crisis Group, al Consejo Directivo de la organización (antes de la visita del líder chino Xi Jinping a Moscú los días 20 y 21 de marzo). Ella analiza la guerra de Ucrania y sus repercusiones, desde la polarización de las grandes potencias hasta el activismo de las potencias intermedias y la inquietud que suscita el conflicto fuera de Occidente.

Reflexioné mucho sobre si la guerra de Ucrania merecía tener en este informe la importancia que le di cuando nos reunimos por última vez hace algunos meses. Soy plenamente consciente de que, para decirlo sin rodeos, el énfasis puesto en Ucrania, especialmente por las capitales occidentales, deja un sabor amargo en gran parte del resto del mundo. Pocos líderes no occidentales simpatizan con el presidente ruso, Vladimir Putin, y la mayoría reconoce el peligro que representa su violación de la soberanía de Ucrania. Pero pocos se creen la narrativa que prevalece en las capitales occidentales de que la guerra es una amenaza existencial global, al menos no mayor a otros desafíos más cercanos, como el cambio climático, la escasez de alimentos, sus respectivas deudas externas u otras guerras. Muchos cuestionan cómo los países occidentales pueden encontrar tanto dinero para Ucrania pero tan poco para la adaptación al cambio climático; por qué Europa acoge a refugiados ucranianos mientras afganos, africanos y árabes mueren en el Mediterráneo, o qué significa la absorción de Europa ante Ucrania para su capacidad de respuesta a las crisis en otros lugares. Muchos se quejan por los costos que deben asumir sus habitantes, en particular el aumento de los precios de los alimentos y el combustible, por una guerra que consideran europea.

Este sentimiento está justificado, pero, nos guste o no, la guerra de Ucrania está jugando un papel muy importante en los asuntos mundiales. No se trata sólo del impacto que la guerra y las sanciones han tenido en las cadenas de suministro, los precios de las materias primas y la inflación. Los líderes occidentales ahora con frecuencia ven la política en otros lugares a través del lente de Ucrania. Eso puede ser positivo si ayuda en cosas que preocupan al resto del mundo; no tanto si los países se sienten forzados a tomar partido. Aunque la diplomacia multilateral ha logrado abrirse paso, el colapso de las relaciones entre Rusia y Occidente, junto con las tensiones entre China y EE. UU., dificultan los esfuerzos para hacer frente a los desafíos mundiales. Además, por supuesto, el enfrentamiento por Ucrania sigue representando el más grave riesgo, en décadas, de una confrontación nuclear entre las principales potencias, con repercusiones globales aterradoras. La suspensión de Rusia de su participación en el último tratado nuclear con EE. UU., básicamente retirándose de éste, puede representar la destrucción de todo el sistema de control de armas establecido durante y después de la Guerra Fría. La guerra puede ser europea, pero está transformando la realidad geopolítica.

Entonces, ¿qué podemos esperar del campo de batalla? Para una visión general de la situación, escuche a la directora de Crisis Group para Europa y Asia Central, Olya Oliker, en un episodio especial de Hold Your Fire! al cumplirse un año de la guerra. En resumen, las fuerzas rusas luchan por romper las defensas ucranianas a lo largo de los frentes en el oriente y el sur. Se han producido algunos avances rusos, pero a costa de enormes pérdidas de tropas y equipos. Si Rusia no puede reunir más fuerza de la que ha mostrado hasta ahora, parece poco probable que gane mucho terreno en el corto plazo, siempre que se mantenga el apoyo occidental. En cuanto a las fuerzas ucranianas, se están atrincherando hasta que llegue el equipo prometido por los países occidentales, en particular tanques y artillería, que esperan les permita repetir los dramáticos avances del año pasado a finales del verano y el otoño.

Hasta ahora, las capitales occidentales han seguido en gran medida la línea correcta al proporcionar a Ucrania las armas que necesita, mientras evitan un riesgo demasiado alto de escalada [con Russia].

Hasta ahora, las capitales occidentales han seguido en gran medida la línea correcta al proporcionar a Ucrania las armas que necesita, mientras evitan un riesgo demasiado alto de escalada. Sin duda, están enviando armamento más pesado de lo que la mayoría contemplaba hace un año, pero han demostrado una sensata cautela al aumentar gradualmente. A pesar de todas las críticas que enfrentó el canciller alemán Olaf Scholz por dudar entre enviar o permitir que otros enviaran tanques alemanes a Ucrania, el hecho de que los líderes occidentales se planteen este tipo de decisiones no es malo en sí mismo. La cautela tiene su precio: Ucrania a veces está medio paso atrás de lo que necesita. Pero los líderes de la OTAN hacen bien en seguir equilibrando los dos imperativos que han guiado su política hasta ahora: por un lado, ayudar a Ucrania a contrarrestar el asalto ruso; por otro, evitar una confrontación directa con Moscú.

Aunque el resultado de una guerra que desde el principio ha desafiado las expectativas sigue siendo difícil de predecir, algunas cosas están claras. Tanto Ucrania como Rusia han cambiado radicalmente. Ucrania tiene un sentimiento de nación más fuerte y goza de mayor simpatía en los países occidentales, lo que sin duda no era el resultado anticipado por el presidente Putin. Pero la devastación causada por la agresión de Rusia, especialmente el bombardeo aéreo a la infraestructura en todo el país, además de la gran cantidad de desplazados, supone una recuperación larga y excepcionalmente costosa. En cuanto a Rusia, está más enfurecida, más autocrática y más aislada, al menos de Occidente. El Kremlin ha silenciado la disidencia. La economía, aunque más resistente a las sanciones de lo previsto, está militarizada y gran parte de la producción se desvía hacia el esfuerzo bélico. Putin no parece estar en peligro de perder el control del poder. Está preparando a Rusia para un largo recorrido en Ucrania; de hecho, en algunos aspectos su gobierno parece ahora indeleblemente asociado con la guerra.

Hasta ahora, el respaldo de Occidente, fundamental para la supervivencia de Ucrania, se ha mantenido firme. Muchos gobiernos europeos consideran que su propia seguridad está en juego en Ucrania. Por supuesto, ser parte de la OTAN proporciona otro nivel de protección, sin embargo, resulta difícil argumentar en contra de la idea de que Putin probablemente no se detendrá en Ucrania si logra imponer su dominio en esa región. Además, cada vez que hay rumores de discordia, Rusia comete (o se revela que ha cometido previamente) alguna nueva monstruosidad que refuerza la voluntad de Occidente. En los EE. UU., un grupo de legisladores republicanos cuestiona abiertamente el apoyo estadounidense, pero sigue siendo una minoría.

Sin embargo, no hay que bajar la guardia. La resistencia de EE. UU. puede ser más frágil de lo que sugieren las declaraciones de unidad en la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich y la visita sorpresa del presidente de EE. UU. Joe Biden a Kyiv. El grupo anti-Ucrania del Partido Republicano es pequeño, pero incluye al expresidente Donald Trump y al gobernador de Florida Ron DeSantis, los dos principales contendientes (aunque DeSantis no ha anunciado su postulación) para la candidatura presidencial del partido en 2024. Incluso políticos estadounidenses más solidarios reconocen a puerta cerrada (y las encuestas los respaldan) que los electores cuestionan el dinero que Washington gasta en Ucrania y se preguntan cuál es el objetivo final. La guerra figurará inevitablemente en las primarias republicanas de 2024 y probablemente también en las elecciones generales. Una mayor oposición en el Congreso no descartaría mantener los actuales niveles de apoyo a Ucrania, pero lo haría más difícil. Este factor le puede dar una importancia adicional a lo que ocurra en el frente en los próximos meses, en particular teniendo en cuenta lo fundamental que ha sido la ayuda militar estadounidense, que eclipsa la de otros Estados occidentales, para el esfuerzo bélico de Ucrania. También puede significar que Biden y otros líderes de la OTAN se sientan presionados para enviar armamento más pesado con mayor urgencia, una decisión comprensible, pero que podría generar un mayor riesgo de escalada.

Por ahora ... sugerir que poner fin a la guerra es simplemente una cuestión de hablar con Putin y resolver qué partes de Ucrania permanecen bajo ocupación rusa es malinterpretar al Kremlin.

Por ahora, no hay un acuerdo de paz a la vista. Es comprensible que Kyiv quiera recuperar el territorio que ha perdido, particularmente al tener en cuenta sus avances de hace algunos meses, y el presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy, a pesar de toda su popularidad, no tiene espacio en casa para un acuerdo que ceda mucho a Moscú. En cualquier caso, nada sugiere que el Kremlin esté abierto a una negociación. Los objetivos actuales de Putin parecen ser, en gran medida, los mismos que al comienzo de la guerra: un gobierno dócil en Kyiv y un Occidente que acepte la esfera de influencia rusa. Además, a medida que evoluciona el gobierno de Putin, el Kremlin puede llegar a considerar que le conviene más la guerra, independientemente de la paz que se le ofrezca. En algún momento pueden cambiar los cálculos, según lo que suceda en el campo de batalla. Por ahora, sin embargo, sugerir que poner fin a la guerra es simplemente una cuestión de hablar con Putin y resolver qué partes de Ucrania permanecen bajo ocupación rusa es malinterpretar al Kremlin.

Eso significa que, para las potencias occidentales, tal como están las cosas, hay pocas alternativas viables para ayudar a Ucrania a resistir y minimizar los riesgos de escalada al mismo tiempo. Además, deben evitar medidas que cierren las opciones para llegar a un acuerdo. Idealmente, eso significa actuar con cautela al definir cuál sería el objetivo final, aunque eso resulta difícil de vender, al menos retóricamente, a los líderes europeos comprometidos con que Ucrania recupere todo el territorio que ha perdido desde 2014. Habrá que ver qué pasa con las nuevas órdenes de arresto emitidas por el fiscal de la Corte Penal Internacional contra Putin y la comisionada del gobierno ruso para los derechos de los niños. Abordarlas en cualquier negociación final requerirá una cuidadosa reflexión. Las medidas judiciales relacionadas con el crimen de agresión, algo que también se centraría, inevitablemente, en los dirigentes rusos, añadirán otro nivel de complejidad. El futuro de la arquitectura de seguridad europea dependerá en gran medida de lo que ocurra en Ucrania, aunque las capitales occidentales pueden seguir explorando cómo podrían ser los acuerdos futuros, especialmente en lo que se refiere a las relaciones de la Unión Europea (UE) y la OTAN con Ucrania, Georgia y Moldavia, así como a los controles sobre el despliegue de armas y las actividades militares.

En cuanto a la relaciónentre EE. UU. y China, que dominará las próximas décadas, la guerra de Ucrania ha aumentado los puntos de fricción que garantizan que seguirá siendo conflictiva en el futuro previsible. La invasión total de Rusia ha aumentado la percepción de amenaza en Taiwán, que ve en la guerra presagios de su propia vulnerabilidad, y quizá también en Washington. Pero si la lucha contra la invasión rusa parece que podría convertirse en una línea divisoria en la política estadounidense, contrarrestar a China no lo es. De hecho, algunos de los políticos que critican el apoyo de la administración Biden a Ucrania dicen que debería enfocarse más en China. Por su parte, la administración Biden cree que debe hacer ambas cosas y está trabajando a toda marcha para construir una coalición europea y asiática que compita con China y la disuada. Los aliados y socios de Washington preferirían, en muchos casos, un camino menos conflictivo cuando se trata de Beijing. Pero el fuerte respaldo de EE. UU. a Ucrania ha aumentado la influencia de Washington, especialmente ante países europeos, para unirlos contra China. Aunque la situación es muy tensa, si China enviara armas y municiones a Rusia, lo que parece poco probable a pesar de los temores expresados por funcionarios estadounidenses, podría empeorar.

Estaba en Washington durante el “balloongate”, el incidente en el que un avión de combate estadounidense derribó un globo espía chino que sobrevolaba el espacio aéreo estadounidense, y salí inquieta por mis reuniones y por lo que el incidente significa para las relaciones entre las dos grandes potencias. Hasta cierto punto, este evento ha descarrilado el modesto impulso que surgió de la reunión del G20 el pasado otoño entre el presidente Biden y el líder chino Xi Jinping. En esa reunión, ambos líderes adoptaron un tono más conciliador, lo que podría sentar las bases para un regreso al diálogo directo. De hecho, el secretario de Estado, Antony Blinken, se disponía a viajar a Beijing cuando se detectó el globo sobre EE. UU., lo que lo llevó a desechar sus planes.

Muchos aspectos del incidente y sus consecuencias fueron preocupantes. Quizá lo más preocupante fue el modo en que la política interna de línea dura determinó la respuesta de Biden. Sin duda, EE. UU. tenía motivos para sentirse molesto por un globo chino que flotaba, ya sea por accidente o a propósito, sobre instalaciones sensibles. Pero en un mundo más racional, Washington podría haber expresado su severa desaprobación por la incursión, recibido la declaración de arrepentimiento de China y enviado a Blinken a Beijing para la visita que la administración había planeado. Después de todo, aunque el accidentado viaje del globo a través del territorio continental estadounidense fue grave, no lo fue tanto; ni cambió el interés de alguna de las partes en poner un “piso” bajo las deterioradas relaciones bilaterales. La vergüenza de China incluso podría haberle dado una ventaja al secretario de Estado en sus discusiones.

Pero la política lo hizo impensable. En cambio, fuimos testigos de una semana de crecientes amenazas, insultos políticos y el video ampliamente difundido de un avión de combate estadounidense derribando un indefenso globo. Las medidas tomadas por EE. UU. para explicarle al mundo sus acciones, incluida una posiblemente exagerada transmisión informativa a 40 países, no han contribuido a reparar la relación bilateral. Veremos si todo este ruido tiene un efecto duradero. La administración Biden parece querer retomar las conversaciones. Cuándo harán su oferta es una incógnita, al igual que cómo responderá China.

Mientras tanto, el riesgo de entrar en conflicto por accidente o un error de cálculo siempre está presente, dado que los ejércitos de los dos gigantes coinciden en la zona alrededor de Taiwán y en el Mar de China Meridional. Especialmente desde que Nancy Pelosi, entonces presidenta de la Cámara de Representantes, realizó su desacertada visita a Taiwán el año pasado, aviones chinos se han estado acercando a la línea media (un límite militar no oficial respetado tácitamente por Taipéi y Beijing hasta que China rechazó su existencia en septiembre de 2020), desafiando a las fuerzas de defensa taiwanesas para desgastarlas psicológicamente mientras ponen a prueba su envejecido equipo. Los aviones y buques militares estadounidenses y chinos también se encuentran regularmente en el Mar de China Meridional y en los Estrechos de Bashi y Taiwán. El último percance significativo, conocido como el incidente de la isla de Hainan, en el que en 2001 aviones estadounidenses y chinos chocaron sobre el mar de China Meridional, se resolvió mediante una cuidadosa diplomacia, en la que ambas partes mostraron sensibilidad ante la forma en que la opinión pública del otro país vería sus declaraciones. Actualmente es difícil ver espacio para un enfoque semejante.

El reto para EE. UU. ... es reforzar las defensas de Taiwán, mientras le señala a China que la política de “Una sola China” de Washington sigue en pie.

En cuanto a Taiwán, un intento de China de tomar la isla por la fuerza, que era poco probable en el corto plazo, incluso antes de Ucrania, parece aún menos probable ahora. Los problemas de Rusia en el campo de batalla y su aislamiento de los mercados occidentales no han pasado desapercibidos para Beijing. Sin embargo, China está cada vez más inquieta por lo que percibe como una erosión del statu quo. El reto para EE. UU., en términos generales, es reforzar las defensas de Taiwán, mientras le señala a China que la política de “Una sola China” de Washington sigue en pie. No es una tarea fácil, dado el ambiente que reina en Washington. Pero si se equivoca en el equilibrio, y le hace pensar a China que la ventana para la unificación se está cerrando, EE. UU. haría mucho más probable el asalto a la isla que intenta disuadir con su respaldo a Taiwán.

En Ucrania, es probable que Beijing intente mantener una imagen de neutralidad constructiva cuando en realidad sus acciones y retórica fortalecen a Moscú, a pesar de su frustración por la imprudencia de Rusia al lanzar una invasión a gran escala. El deterioro de las relaciones entre EE. UU. y China empuja a Beijing aún más hacia una alineación estratégica con Rusia. Pero mantener o reparar los lazos económicos con Europa es una de las principales prioridades de China. Las duras sanciones secundarias de EE. UU. son poco atractivas para Beijing. Así pues, la ayuda de Beijing a Moscú se ha limitado en gran medida al apoyo político y económico que parece ajustarse a las sanciones occidentales. Dicho esto, las recientes advertencias de la administración Biden y los informes independientes sobre piezas de equipos de doble uso y armas ligeras que fluyen de China a Rusia sugieren que Beijing está sondeando hasta dónde puede llegar en su apoyo a Moscú evitando las sanciones occidentales.

La insistencia de China en su disposición a servir como mediador, quizás ahora también señalando su papel en el reciente acuerdo entre Arabia Saudita e Irán, forma parte de este juego de equilibrios. Por ahora, el mensaje parece ser más un medio de Beijing para defenderse de las acusaciones de las capitales occidentales de que está apoyando a Rusia y presentarse como un mediador honesto ante el resto del mundo que una apuesta seria por la paz. El documento de posición publicado por China sobre la guerra es una lista de generalidades, no una hoja de ruta. Por supuesto, incluso una pequeña esperanza de que la diplomacia de Xi con Putin y Zelenskyy produzca, contra todo pronóstico, algún tipo de apertura hace que valga la pena seguir. Aun así, parece, en el mejor de los casos, una posibilidad remota.

Más allá de las rivalidades entre las grandes potencias, la guerra de Ucrania ha replanteado los cálculos a lo largo de otras líneas de fractura geopolíticas y ha puesto de relieve otras características de los asuntos mundiales. Ha contribuido a generar nuevos peligros en el sur del Cáucaso y en relación con el programa nuclear iraní. También ha revelado la creciente influencia y autonomía de la que gozan varias “potencias intermedias” activistas (como señaló el miembro del consejo directivo de Crisis Group, Ivan Krastev, en nuestra junta de noviembre de 2022 y en su excelente artículo del Financial Times). La reacción de las capitales no occidentales a la guerra dice mucho sobre su determinación de velar por sus intereses sin verse envueltas en una nueva confrontación global.

El sur del Cáucaso, en particular, ha sentido los efectos colaterales de la guerra. En 2020, las fuerzas azerbaiyanas expulsaron a los armenios de partes del enclave de Nagorno-Karabaj y áreas cercanas, que las fuerzas armenias habían mantenido en su poder desde principios de la década de 1990. Desde entonces, Bakú, con el apoyo de Turquía e Israel, ha reforzado aún más su ejército. La mayor demanda europea de gas de Azerbaiyán también ha fortalecido a Bakú. Por otra parte, las fuerzas de paz rusas, desplegadas como parte del alto al fuego negociado por Moscú a finales de 2020 en las zonas de Nagorno-Karabaj aún ocupadas por armenios, no ofrecen la disuasión que ofrecían antes de que Moscú se viera inmerso en Ucrania y no han logrado impedir varios estallidos este último año. Rusia también puso fin a su cooperación con EE. UU. y Francia en este frente, reduciendo así los esfuerzos pacificadores que tradicionalmente lideraba. La UE ha intervenido y ahora despliega observadores a lo largo de la frontera de Armenia con Azerbaiyán. Pero el riesgo es que Bakú pierda la paciencia con la diplomacia, perciba una oportunidad y tome lo que pueda por la fuerza.

Las consecuencias de la guerra de Ucrania también han contribuido a la crisis que se está gestando sobre el programa nuclear de Irán. El aislamiento de la República Islámica, especialmente por parte de gobiernos occidentales, se debe en gran medida a su despiadada represión contra los jóvenes manifestantes en recientes protestas provocadas por la imposición del régimen sobre la apariencia y el comportamiento de las mujeres. Sin embargo, la furia de Occidente por el suministro de armas de Teherán a Rusia también ha disminuido el interés por la diplomacia con Irán. Las conversaciones para reactivar el acuerdo nuclear de 2015 están congeladas. Las capacidades nucleares de Teherán han avanzado a pasos agigantados; su capacidad de enriquecimiento de uranio ha alcanzado casi el grado de armamento y su tiempo de producción se ha reducido a casi cero. Aunque las partes aún no han dado por muerto el acuerdo nuclear, no es posible revivirlo en su forma actual, dados los rápidos avances del programa nuclear iraní. El acuerdo, que China ayudó a negociar, entre Irán y Arabia Saudita es un paso positivo para la seguridad del Golfo. Con el seguimiento adecuado, podría ayudar a los esfuerzos de paz en Yemen, donde Teherán respalda a los rebeldes hutíes y Riad al gobierno reconocido internacionalmente. Pero el acuerdo no aborda la cuestión nuclear.

EE. UU. y sus aliados ... tendrán que elegir entre ver como Irán adquiere la capacidad de fabricar una bomba nuclear o intentar impedirlo por la fuerza.

El riesgo de una escalada es demasiado alto. EE. UU. y sus aliados pronto tendrán que elegir entre ver como Irán adquiere la capacidad de fabricar una bomba nuclear o intentar impedirlo por la fuerza. De hecho, el gobierno de extrema derecha de Israel parece estar continuando el sabotaje encubierto contra el programa nuclear iraní de su predecesor. Los rivales de Irán en el Golfo, que han intentado calmar la tensión con Teherán, reconocen en gran medida el peligro de una nueva confrontación, de ahí el acuerdo Irán-Arabia Saudita. Ni Teherán ni ninguna capital occidental quiere alterar el statu quo de “sin acuerdo, sin crisis”. Pero no está descartado que, en respuesta a nuevos ataques israelíes, Teherán tome represalias cruzando una línea roja hacia el armamento o, como mínimo, arremetiendo directamente o a través de aliados en todo el Medio Oriente.

Más allá de su impacto en otras crisis, la guerra de Ucrania ha arrojado luz sobre el activismo de las potencias regionales influyentes. Por ejemplo, Turquía, que durante mucho tiempo se ha mantenido en la cuerda floja entre su pertenencia a la OTAN y sus vínculos con Moscú. En el último año, ha mantenido abiertas las líneas de comunicación con el Kremlin y los mercados turcos a las empresas rusas, al tiempo que enviaba armas a Kyiv e impedía que los barcos rusos frente a la costa siria ingresaran al Mar Negro a través del Bósforo. Y lo que es más importante, ayudó a negociar, con la ONU, el acuerdo que hizo que el grano ucraniano volviera a los mercados mundiales a través del Mar Negro. En contraste, la obstrucción del presidente Recep Tayyip Erdoğan a la adhesión de Suecia a la OTAN parece un paso en falso. Su postura sobre Suecia podría haberle ganado a Erdogan un apoyo adicional entre los nacionalistas de su país de cara a las próximas elecciones, pero a costa de más rencor en otras capitales de la OTAN. Sin embargo, en general, la guerra, que se produce después de años de asertividad turca en el extranjero, incluyendo la inclinación de la balanza del campo de batalla en Libia y el sur del Cáucaso y la expansión de la venta de drones, le ha dado a Ankara una influencia aún mayor.

A otros también les ha ido bien a pesar de una geopolítica más tensa, o incluso gracias a ella. Para Arabia Saudita, el aumento del precio del petróleo y la abrupta retirada del petróleo ruso del mercado fue una bendición, lo que forzó la visita al reino del presidente Biden, quien había asumido el cargo con la promesa de evitar al príncipe heredero saudí Mohammed Bin Salman. A pesar de las solicitudes de EE. UU., Riad decidió, junto con otros productores de petróleo, mantener los precios altos, para gran furia de Washington. Funcionarios saudís también han mediado entre Kyiv y Moscú, ayudando a asegurar al menos un intercambio de prisioneros. India, a la vez socio de seguridad de EE. UU. y gran comprador de armas rusas, se ha abstenido en las votaciones de la ONU que condenaban a Rusia y ha comprado petróleo ruso. Sin embargo, el primer ministro indio, Narendra Modi, se ha mostrado dispuesto a reprender públicamente a Putin por las amenazas nucleares de Moscú, un testimonio de la creciente influencia mundial de Nueva Delhi y, tal vez, de la pérdida de prestigio de Putin. A pesar de la no alineación de India, en general Modi se ha inclinado hacia Occidente en los últimos años, compartiendo con EE. UU. un interés por contrarrestar la influencia china; Washington, por su parte, parece más que dispuesto a pasar por alto el retroceso de la democracia india bajo el mandato del primer ministro.

Pero si India, Arabia Saudita, Turquía y otras potencias regionales como Brasil o Sudáfrica comparten un interés por trazar su propio rumbo, no vemos que surja un nuevo movimiento de no alineados. Las potencias intermedias activistas aprovecharán la oportunidad que ofrece la multipolaridad, incluso si en su mayoría consideran que la hostilidad entre las grandes potencias no es bienvenida. Hasta ahora, sin embargo, no coordinan posturas sobre la guerra ni forman un bloque cohesionado.

En cuanto a otras capitales no occidentales, no es ninguna novedad que la guerra ha tocado una fibra sensible. Aunque grandes mayorías han votado en la Asamblea General de la ONU para condenar la invasión rusa, pocos líderes no occidentales condenan públicamente a Putin o han impuesto sanciones. Muchos prefieren no romper con Moscú, por razones principalmente relacionadas con el comercio, pero también a veces debido a los lazos históricos con Moscú o a la dependencia de los mercenarios del Grupo Wagner vinculado al Kremlin. No sólo a los pesos pesados regionales les parece inútil elegir un bando o incurrir en costos para la guerra. Muchos líderes desean poder definir la política exterior en sus propios términos, reflejando lo que consideran sus propios fines soberanos, no las prioridades de las grandes potencias. Sienten el deber de proteger los intereses de sus ciudadanos en una era de turbulencia.

La guerra [en Ucrania] ha revelado la frustración de gran parte del mundo por la forma en que Occidente ha ejercido el poder durante las últimas décadas.

Pero la tendencia mundial a no participar en la guerra de Ucrania también refleja algo más: la guerra ha revelado la frustración de gran parte del mundo por la forma en que Occidente ha ejercido el poder durante las últimas décadas. Parte de la molestia se relaciona con la memoria reciente: el acaparamiento de vacunas para el COVID-19, las políticas migratorias o la mezquindad que se percibe de las capitales occidentales a la hora de hacer frente a los daños causados por el cambio climático. Muchos líderes creen, particularmente en lo que respecta a las sanciones, que los gobiernos occidentales han puesto la lucha contra Rusia por encima de la economía global. La guerra también ha revelado una marcada divergencia entre la forma en que Occidente entiende la política global después, o incluso durante, la Guerra Fría y las experiencias vividas por personas en otras partes del mundo. Muchos se sorprenden ante la indignación occidental por Ucrania, dados los horrores de la guerra contra el terrorismo y las intervenciones fallidas en Irak, Libia y otros lugares.

Sin duda, algunos funcionarios occidentales reconocen que necesitan recuperar credibilidad. Los ministerios europeos nos invitan regularmente, a mí o a otros colegas, para que les ayudemos a evaluar “lo que piensa el Sur Global” o cómo las capitales occidentales pueden hacer un mejor trabajo. Por su parte, la administración Biden se dio cuenta rápidamente después del ataque total de Rusia de que también debía abordar los asuntos que preocupan a África y otros países, haciendo un esfuerzo concertado para reducir los precios de los alimentos y el combustible en el transcurso del último año. La reciente reunión de Biden con el presidente brasileño Luiz Inácio “Lula” da Silva también se centró de manera sensata en áreas de interés compartido más allá de Ucrania.

Pero a veces los líderes occidentales siguen sonando un poco sordos. Con demasiada frecuencia, describen la lucha como una de narrativas y culpan a la desinformación rusa. Con demasiada frecuencia, enmarcan los esfuerzos para atraer a los líderes del Sur Global en términos de una competencia de suma cero con Rusia o China. Con demasiada frecuencia, incluso los funcionarios occidentales que reconocen errores anteriores (la guerra de Irak, por ejemplo) pasan por alto la injusticia actual. Las capitales no occidentales se dan cuenta cuando los altos funcionarios estadounidenses, incluso mientras condenan en público a Rusia en la Conferencia de Seguridad de Múnich, trabajan entre bastidores para obstruir una votación en el Consejo de Seguridad de la ONU que condene los asentamientos ilegales israelíes. Ningún político occidental debe engañarse sobre lo que implica ese doble estándar para su esfuerzo por defender un orden internacional basado en normas. En otras palabras, con demasiada frecuencia no es la narrativa lo que hay que cambiar, sino la realidad.

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