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Las Fronteras de Colombia: El Eslabón Débil de la Política de Seguridad de Uribe

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Resumen Ejecutivo

La estrategia de seguridad del presidente Álvaro Uribe está empujando el conflicto con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) hacia las fronteras extremadamente frágiles del país. La meta es forzar a los insurgentes a negociar tras infligirles pérdidas militares, pero las regiones fronterizas son el eslabón débil, pues las relaciones con Venezuela y Ecuador no son lo suficientemente fuertes como para asimilar la presión de un conflicto armado cada vez más intenso, así como las medidas relacionadas adoptadas con miras a la erradicación de la droga. El gobierno de Uribe tiene que comprometer con mucha más firmeza a sus dos países vecinos en la formulación de una política conjunta tendiente a contener el conflicto e intensificar la cooperación andina para la seguridad y el desarrollo de fronteras.

Luego de haber expulsado a las FARC de zonas cercanas a Bogotá mediante una campaña agresiva iniciada a mediados del 2003, el ejército ahora opera con resultados mucho más inciertos en los bastiones guerrilleros de las selvas del sur --unas de las regiones más remotas de Colombia--, en donde los insurgentes tradicionalmente han ejercido un control incontrovertible.

Mientras tanto, pese a las negociaciones que se realizan actualmente sobre desmovilización, existen pruebas contundentes de que los grupos paramilitares de derecha Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) no han renunciado a sus feudos en la costa atlántica. De hecho, en los últimos tres años las AUC han extendido su control sobre regiones estratégicas, incluidos los departamentos que comparten fronteras con Venezuela.

Estas regiones fronterizas que reciben cada vez más atención militar han sido tradicionalmente olvidadas por el gobierno central. En comparación con el resto del país, persisten allí niveles más altos de pobreza y subdesarrollo estructural. El abandono efectivo de la responsabilidad estatal ha incrementado su vulnerabilidad, y muchas de estas regiones se han convertido en plataformas para la realización de actividades ilícitas, como tráfico de armas, narcotráfico y contrabando.

Los grupos armados al margen de la ley (incluido el ELN, el grupo insurgente de izquierda de menor tamaño) atraviesan con frecuencia las fronteras e incursionan en Venezuela y Ecuador, ya sea para escapar de un operativo militar, para descansar y reabastecerse o para recaudar fondos mediante la extorsión y el secuestro de venezolanos y ecuatorianos acaudalados. También contribuye al clima de criminalidad de las fronteras la alianza de los carteles del narcotráfico con los grupos armados para introducir precursores químicos para el procesamiento de droga en Colombia y sacar drogas ilícitas refinadas con el fin de enviarlas a los Estados Unidos y Europa.

No es coincidencia el hecho de que los principales centros de cultivos ilícitos siempre han estado en estas regiones fronterizas. La política antinarcóticos conjunta de Colombia y Estados Unidos se ha concentrado en la erradicación de los cultivos ilícitos mediante la fumigación aérea. Desde que se aceleró la política de erradicación en el 2001, esta política de atacar el lado de la oferta no ha sido complementada mediante programas equivalentes para el desarrollo de las regiones rurales agobiadas por la pobreza, el desequilibrio socio económico estructural y las agresivas medidas contra la droga.

Los gobiernos de los presidentes Hugo Chávez en Venezuela y Lucio Gutiérrez en Ecuador comparten la preocupación acerca del impacto que pueda ejercer el conflicto colombiano en la estabilidad institucional y la seguridad de sus propios países. Aunque ambos asumieron el poder favoreciendo una solución negociada, ahora han tomado distancia pues concentran su atención en la gravedad de sus propias situaciones políticas.

Sin embargo, el distanciamiento y la adopción de medidas superfluas para afrontar los efectos de desborde del conflicto en Colombia no proveerán soluciones constructivas a largo plazo para los problemas que alimentan el conflicto armado, ni propiciarán la seguridad de sus propias sociedades.

Colombia no podrá resolver su conflicto sin el decidido apoyo de Ecuador y Venezuela. Para obtener dicho apoyo, tendrá que tomar en serio las inquietudes y necesidades de sus vecinos y ofrecerles una genuina cooperación en la planeación y ejecución de actividades tanto militares como antinarcóticos, así como en programas de desarrollo en las zonas fronterizas sensibles.

Quito/Bruselas, 23 de septiembre de 2004

Executive Summary

President Alvaro Uribe's security strategy is driving the conflict with the Revolutionary Armed Forces of Colombia (FARC) toward the country's extremely fragile borders. The goal is to force the insurgents to negotiate by making them take military losses, but the border regions are the weak link, since relations with Venezuela and Ecuador are not strong enough to absorb the pressure of an ever more intense armed conflict and associated drug eradication measures. The Uribe administration needs to engage its two neighbours in far stronger terms to forge a joint policy to contain the conflict and advance Andean security and border development cooperation.

Having evicted the FARC from areas near Bogotá with an aggressive campaign that began in mid-2003, the army is now operating with much less certain results in the southern jungle strongholds -- some of Colombia's most remote regions -- where the insurgents have historically exercised unchallenged control.

Meanwhile, despite ongoing demobilisation negotiations, there is overwhelming evidence that the far-right paramilitary groups (AUC) have not withdrawn from their fiefdoms on the Atlantic coast. Indeed, over the last three years, the AUC has expanded its grip on strategic regions, including departments bordering on Venezuela.

These border regions which are increasingly the focus of military attention have historically been forgotten by the central government. Compared with the rest of the country, they show consistently higher levels of poverty and structural underdevelopment. Effective abandonment of state responsibility has increased their vulnerability, and many have become platforms for illegal activity, including gun running, drug trafficking and contraband.

The illegal armed groups (including the ELN, the smaller of the left wing insurgencies) frequently cross over into Venezuela and Ecuador, either to escape an army sweep, to rest and restock supplies, or to raise funds through extortion and kidnapping of wealthy Venezuelans and Ecuadorians. Further contributing to the climate of criminality on the frontier, drug cartels have linked up with the armed groups to move chemical precursors for drug processing into Colombia and ship refined illegal drugs back across the borders for export to the U.S. and Europe.

It is no coincidence that the largest centres of illicit crops have traditionally been in these border regions. Joint Colombian-U.S. counter-narcotics policy has focused on eradicating illicit crops through aerial spraying. Since the accelerated eradication started in 2001, this supply-end policy has not been complemented by equivalent programs to develop rural regions hard-hit by poverty, structural socio-economic imbalances and aggressive counter-narcotics measures.

The governments of Presidents Hugo Chavez in Venezuela and Lucio Gutierrez in Ecuador are both concerned about the impact of Colombia's conflict on the institutional stability and security of their countries. While each came to office favouring a negotiated solution, they now distance themselves, focusing on their own grave internal political situations.

Disengagement and reliance on band-aid measures to deal with the spillover effects of Colombia's troubles, however, will neither provide constructive long term solutions to the problems that fuel the armed conflict nor keep their own societies safe.

Colombia will not be able to resolve its conflict without extensive support from Ecuador and Venezuela. To get that support, it will need to take its neighbours concerns and needs seriously and offer them genuine cooperation in the planning and execution of both military and counter-drug activity and of development programs in the sensitive border regions.

Quito/Brussels, 23 September 2004

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