Colombian President Juan Manuel Santos and Marxist rebel leader 'Timochenko' sign the peace accord in Cartagena, Colombia, on 26 September 2016.
Colombian President Juan Manuel Santos and rebel leader 'Timochenko' sign the peace accord in Cartagena, Colombia, on 26 September 2016. REUTERS/Colombian Presidency
Commentary / Latin America & Caribbean 7 minutes

Siendo testigo de la paz en Colombia

Nuestro Vicepresidente Senior y Asesor Especial para América Latina Mark Schneider se sentó entre un mar de camisas blancas y guayaberas reunidas ante el presidente de Colombia y el comandante de la guerrilla de las FARC mientras firmaban el histórico acuerdo de paz el 26 de septiembre de 2016. En este artículo recuerda los altibajos de una lucha de décadas para poner fin a la guerra, otrora crónica, del país.

Los 52 años de brutal guerra civil en Colombia fueron acordados con dos firmas realizadas con un lapicero fabricado con balas. Me sentí privilegiado, sentado a pocas filas del escenario en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias el 26 de septiembre, de ser testigo del momento en el que el comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) “Timochenko” y el presidente Juan Manuel Santos tomaron el simbólico lapicero uno tras otro y se comprometieron formalmente al acuerdo de paz.

Tal vez el momento más dramático de la ceremonia fue cuando Timochenko interrumpió su discurso, ideológico por momentos, para pedir perdón a los hombres, mujeres y niños que habían sido víctimas de la violencia de las FARC. Este pedido público de perdón provocó una ovación por parte de los invitados, incluidos catorce jefes de Estado, el secretario general de las Naciones Unidas Ban Ki-moon, el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) Luis Almagro, el secretario de Estado John Kerry, el ex secretario general de las Naciones Unidas Kofi Annan, Federica Mogherini de la Unión Europea, y muchos otros dignatarios y miles de colombianos que llenaron el lugar hasta donde alcanzaba la vista.

El presidente Santos pronunció un discurso emotivo, a menudo sin poder contener las  lágrimas. La muchedumbre le dedicó otro gran aplauso cuando agradeció a los equipos de negociación que habían trabajado en La Habana durante cuatro años para producir el documento consensuado que convencería a las FARC de bajar de las montañas, desarmarse y desmovilizarse. Está previsto que ese proceso de seis meses comience el 1 de octubre, un día antes de que el pueblo colombiano vote “sí” o “no” al acuerdo en un referendo nacional. Santos elogió a los garantes del proceso de paz, Cuba y Noruega, el primero por albergar las negociaciones, y también a Chile y Venezuela, que ejercieron de testigos del proceso de paz.

Mark Schneider, de Crisis Group, asistió a la ceremonia de la firma en Cartagena, Colombia. CRISIS GROUP

El estar allí sentado vistiendo una guayabera, la tradicional camisa blanca caribeña de manga larga que se usa en lugar de traje en ocasiones formales cuando el calor tropical oscila en torno a los 40 grados, fue una experiencia conmovedora, como también lo fue compartir ese momento y saludar a tantos colombianos y personas de otras nacionalidades que habían trabajado por la paz durante tantos años. Fui invitado por el presidente Santos, a quien había conocido cuando fue ministro bajo tres presidentes, incluido el expresidente Uribe, a quien sucedió, y quien se ha convertido en su crítico más mordaz.

No podía dejar de pensar en mis anteriores visitas a Colombia, décadas atrás, primero con la Oficina de Derechos Humanos del Departamento de Estado, y posteriormente con la Organización Panamericana de la Salud, al frente de USAID en Latinoamérica durante los años de la presidencia de Clinton, con el Cuerpo de Paz y, en los últimos quince años, como representante de Crisis Group.

Tal vez el momento más dramático de la ceremonia fue cuando Timochenko interrumpió su discurso, ideológico por momentos, para pedir perdón.

Una de mis primeras experiencias fue en 1985, cuando el presidente colombiano Belisario Betancur fue uno de los principales impulsores del movimiento Contadora para intentar poner fin a los conflictos de Centroamérica. Vine a reunirme con funcionarios colombianos para conversar sobre la paz en Colombia y en la región. Sin embargo, tan solo unos días más tarde las guerrillas tomaron el Palacio de Justicia, un asalto que puso fin al proceso de paz de Betancur con las FARC y el M-19 durante varios años.

Otra visita a Bogotá tuvo lugar a finales de los 90, poco después del primer viaje del presidente Andrés Pastrana a Washington. Pastrana quería un esfuerzo conjunto urgente para encontrar una respuesta a la amenaza militar a la democracia colombiana, y nuestra delegación estadounidense aceptó. Esto dio origen al Plan Colombia, que se centraba tanto en el desarrollo rural como en el fortalecimiento del sistema de justicia y políticas contra  la desigualdad y la ayuda militar. El Congreso de EE.UU. asignó una suma que ascendería a  mil millones de dólares a lo largo de la última década en ayudas-. Más adelante el plan cambió el enfoque para poner fin al tráfico de cocaína y la contrainsurgencia, pero se mantuvieron abiertas varias líneas de acción fundamentales que aspiraban a mejorar la justicia.

En enero de 2003, mientras me encontraba de visita con nuestro equipo para Latinoamérica de Crisis Group, los acontecimientos dieron un giro aterrador. Durante una reunión con el vicepresidente de Uribe, “Pacho” Santos, estallaron bombas en un estacionamiento próximo a una comisaría cercana. La explosión sacudió las ventanas en su oficina revestida de madera. A todos nos alarmó y nos estremeció. Pocas semanas después, el espantoso atentado de las FARC en el estacionamiento del Club El Nogal acabó con la vida de unas 36 personas y dejó 200 heridos.

En casi todas las visitas a Colombia con Crisis Group nos reunimos con líderes de la Iglesia Católica y grupos de derechos humanos, en especial durante el primer mandato de Uribe, cuando tuvo lugar la peor ola de violencia paramilitar. Debatimos e informamos sobre cómo garantizar la seguridad de sus oficinas y cómo desarrollar un sistema de alerta temprana para los activistas de derechos humanos. Los donantes y el Gobierno colombiano han financiado programas de protección para miles de personas amenazadas, pero incluso este año siguen siendo asesinados docenas de activistas y periodistas. El mensaje de estas reuniones siempre era el mismo: por favor presionen a todas las partes para que busquen la paz.

El presidente de Colombia Juan Manuel Santos sostiene el bolígrafo fabricado con balas con el que firma el acuerdo que puede poner fin a más de medio siglo de conflicto en Colombia. CRISIS GROUP/Mark Schneider

Ahora que tenemos un acuerdo de paz, todo el mundo debería ser consciente de que no va a ser fácil implementarlo. En 2007 y 2010 viajé con Crisis Group a varios pueblos y ciudades tras la supuesta desmovilización de los paramilitares. En cada ocasión, los líderes comunitarios nos dijeron que los “paras” seguían extorsionando y asesinando a activistas. Solo habían cambiado su nombre y ahora se denominaban de forma imprecisa bandas criminales, conocidas como BACRIM. Esas mismas BACRIM tendrán que ser confrontadas o las comunidades rurales volverán a ser víctimas, y será aún más difícil mantener desmovilizadas – y protegidas – a los ex guerrilleros de las FARC.

Esto me hizo recordar que tanto para mí y como para tantos otros forasteros, nuestras experiencias del conflicto no se podían comparar a las de los colombianos, quienes han perdido a 274.000 compatriotas en  esta guerra. En el escenario en Cartagena había un grupo de mujeres de la ciudad de Bojayá. Una de ellas había perdido una pierna, y todas habían sufrido heridas durante la masacre de las FARC en la ciudad en 2002, en la que murieron 79 personas. Cantaron sobre un futuro en paz. Pensé en todos los tristes recuerdos de los colombianos cuyas familias habían sido masacradas o desplazadas, cuyas hermanas, madres y esposas habían sido asaltadas, cuyos hijos habían perdido alguna de sus extremidades tras pisar una mina. Los perpetradores fueron las FARC, los paramilitares, y en ocasiones, como en el caso de los falsos positivos, las fuerzas de seguridad.

Colombia impact video cover.

Crisis Group en Colombia: Apoyando una paz sostenible

En este vídeo, el ex analista de Crisis Group para Colombia Christian Voelkel explica el impacto de Crisis Group en los últimos 14 años de cobertura del conflicto armado en Colombia. CRISIS GROUP

También pensé en nuestros propios esfuerzos en torno a Colombia en Crisis Group. Hemos estado trabajando para llegar a este momento desde 2002, mediante 35 informes analíticos y cientos de reuniones. En 2012 nos reunimos en la sede de Crisis Group en Bruselas con el Alto Comisionado para la Paz en Colombia Sergio Jaramillo tras su regreso de Oslo, donde anunció que por fin comenzarían unas verdaderas negociaciones de paz en La Habana. Pidió que siguiéramos presentando informes sobre los desafíos a los que se enfrenta la paz, desde la justicia transicional al desarme, y que la comunidad internacional apoyara las negociaciones de paz.

El mismo Santos mencionó nuestro trabajo en su discurso a los colombianos en 2015, buscando argumentos a favor de un sistema de justicia transicional que no otorgue una amnistía general para los crímenes de lesa humanidad, sino que por el contrario ofrezca un equilibrio que reconozca las necesidades tanto de justicia como de paz. Del lado de las FARC, Timochenko eligió hacer un pedido público de perdón. Pero esto también fue una de las recomendaciones centrales del informe más reciente de Crisis Group, publicado el 7 de septiembre, Últimos pasos hacia el fin de la guerra en Colombia.

El argumento de más peso a favor del acuerdo de paz fue que pondría fin a esas pérdidas humanas para la próxima generación de colombianos. Ese debería ser el factor decisivo en el referéndum del 2 de octubre, incluso para aquellos que dicen que el acuerdo es imperfecto. Nunca podría complacer a todos, ya que fue negociado entre dos partes con ideologías, narrativas e intereses divergentes. Afortunadamente, ambas compartían un objetivo: poner fin a la guerra.

El acuerdo es mejor que la mayoría de los otros. Comparado con los acuerdos de paz en los que no ha habido una derrota militar de la insurgencia — por ejemplo en El Salvador, Nicaragua, Guatemala, Nepal o Angola — un mayor número de guerrilleros de las FARC y de miembros de las fuerzas de seguridad que cometieron delitos de lesa humanidad serán enjuiciados, deberán confesar sus delitos ante un tribunal especial, y después enfrentarán sanciones, incluidas penas de privación de la libertad de hasta ocho años. Han prometido no solo poner fin, sino también combatir el narcotráfico. Y si mienten — incluso sobre si saben de la existencia de fondos ilegales provenientes del narcotráfico o pagos de rescates escondidos — las sentencias alternativas que podrían recibir desaparecerían, y serían encarcelados por quince o veinte años.

El mensaje de estas reuniones siempre era el mismo: por favor presionen a todas las partes para que busquen la paz.

Santos y el Estado se enfrentan a sus propios desafíos, principalmente llevar los beneficios de la paz rápidamente a las comunidades de alto riesgo, implementar la reforma agraria y poner fin a la discriminación contra los colombianos afrodescendientes e indígenas. El veterano Jean Arnault, el nuevo representante especial del secretario general de las Naciones Unidas, está bien equipado para supervisar el papel de la ONU de monitorear y supervisar el proceso de acantonamiento y desarme, que llevará seis meses. Posteriormente, la ONU tendrá la tarea política de monitorear los demás capítulos del acuerdo.

La próxima fase de la implementación del acuerdo de 297 páginas — suponiendo que gane el sí en el referendo, como ahora parece probable — pondrá a prueba al máximo la capacidad política, de gestión y  el liderazgo de los pacificadores. Salí de la ceremonia con Rafael Pardo, quien ha servido en los gabinetes de numerosos presidentes, y ahora será el ministro para el posconflicto. Paramos para tomar un ron y fumar un puro, celebrando confiadamente lo que para él era un momento extraordinario. Mientras a Pardo no le cabía ninguna duda acerca de la enorme dificultad de la tarea que le esperaba, conversamos con un alto funcionario de la policía, directamente responsable de la seguridad, quien afirmó que — al contrario que en anteriores fracasos postconflicto en los años 80 — esta vez Colombia podría proteger a las guerrillas tras el desarme y el renacimiento de las FARC como una fuerza política. 

La comunidad internacional ha acompañado al Gobierno colombiano a lo largo de los últimos quince años de guerra. Tras compartir los emocionantes momentos del 26 de septiembre en Cartagena, espero que todos esos jefes de Estado y líderes extranjeros vuelvan a casa y comprometan formalmente fondos y energía para acompañar al pueblo colombiano durante todo el tiempo que sea necesario para completar su camino hacia la paz. Y ese camino solo comienza verdaderamente con un voto por el “sí” este domingo.

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