Venezuela's President Nicolas Maduro, pictured in the centre, attends a military parade in Campo de Carabobo, Venezuela, on 28 December 2016. Miraflores Palace/via Reuters.
Commentary / Latin America & Caribbean 4 minutes

Venezuela se está cayendo del mapa

Asediada por una hiperinflación incesante, el colapso de los servicios públicos y un gobierno cada vez más dictatorial, Venezuela está en riesgo de convertirse en un Estado fallido. La principal esperanza de cambio son los países vecinos, los cuales deben mantener la presión para encontrar una solución.

La primera sorpresa en materia de política exterior para el presidente entrante de EE.UU. Donald Trump podría surgir a tan solo unas horas de vuelo del sur de Miami. El tenso estancamiento político entre una población cada vez más desesperada y un régimen dictatorial en Venezuela empeoró a principios de enero después de que el parlamento, liderado por la oposición, desconociera al presidente Nicolás Maduro, quien gobierna por decreto. Las negociaciones entre el gobierno y la oposición se han venido abajo, y el régimen está encarcelando a más líderes opositores y amenazando con disolver la legislatura. 

En enero, el gobierno comenzó a emitir billetes de mayor denominación en respuesta a la hiperinflación – sin embargo, incluso el de mayor valor, el billete de 20.000 bolívares, vale solo unos US$5,30 en el mercado negro. Muchos venezolanos tienen que acarrear fajos de billetes para realizar transacciones básicas. 

Se ha hablado durante tanto tiempo del riesgo de desastre en Venezuela, que es difícil saber cuándo el cielo en verdad se está viniendo abajo. Sin embargo, si el país continúa degradándose hasta convertirse en un Estado fallido, tendrá serias consecuencias para la región – incluida la propagación del crimen organizado, epidemias descontroladas y migraciones masivas. 

Se ha hablado durante tanto tiempo del riesgo de desastre en Venezuela, que es difícil saber cuándo el cielo en verdad se está viniendo abajo.

La crisis lleva años gestándose. Sin embargo, en 2011 Venezuela tenía el segundo mayor PIB per cápita de Latinoamérica. A lo largo de una década de auge del petróleo, que finalizó en 2014, alrededor de un billón de dólares pasó por las manos de su gobierno declaradamente socialista. Hasta una cuarta parte de este dinero podría simplemente haber sido robado. La mayor parte restante o bien fue entregado a regímenes aliados o desperdiciado en elefantes blancos, programas populistas y subsidios con, en el mejor de los casos, impactos a corto plazo.

Hoy, Venezuela es uno de los países más pobres de la región. Tan solo en 2016, su economía podría haberse contraído hasta un 18 por ciento. La inflación anual, la cual el gobierno ni siquiera ha informado para el último año, se acerca alos cuatro dígitos. 

Las consecuencias son severas. Hasta uno de cada doce ciudadanos admite revolver la basura en busca de comida. Los servicios públicos, incluidos los hospitales, están colapsando y están faltando incluso antibióticos básicos y píldoras para controlar la presión arterial. Por si fuera poco, la delincuencia violenta acaba con la vida de más de 20.000 personas al año en este país de 30 millones de habitantes, mientras que extensos territorios rurales  se encuentran bajo el control efectivo del crimen organizado, a menudo con la complicidad de las fuerzas de seguridad. 

He estado viviendo en, e informando sobre, Venezuela desde que Hugo Chávez llegó al poder en 1999 y comenzó a desmantelar la democracia representativa, la cual despreciaba profundamente. El sistema bipartidista establecido tras el fin de la última dictadura en 1958 ya se había desmoronado. La pobreza, la desigualdad y la corrupción eran moneda corriente. El ex oficial del ejército, quien ya había intentado un golpe de Estado en 1992, ganó elección tras elección con la promesa de poner las cosas en orden mediante la “democracia participativa”. Pero hoy la situación es infinitamentepeor para la mayoría de los venezolanos. Muchos amigos, especialmente jóvenes profesionales, se han ido. Hay una diáspora, estimada en un millón y medio de personas, esparcida por todo el mundo. Casi todas las personas que conozco han sido víctimas de la delincuencia violenta. Algunos amigos y conocidos han sido secuestrados o asesinados. Pocos se atreven a salir de noche. La vida diaria está plagada de apagones, escasez de agua, colas para comprar el pan, y el temor constante de no poder obtener tratamiento si se enferma un familiar. 

La región tiene que obligar a Maduro a cumplir sus compromisos internacionales en materia de democracia y derechos humanos.

Venezuela se está cayendo del mapa. Siete aerolíneas internacionales se han retirado por completo a causa de los controles cambiarios, otras han reducido los vuelos y la mayoría de los billetes ahora se deben pagar en dólares. Es prácticamente imposible hacer una llamada al extranjero, salvo por internet. Y la internet está entre las más lentas del mundo. Tan solo para pagar su deuda externa, el gobierno se está viendo obligado a vender o empeñar el patrimonio estatal, y ha recortado las importaciones en más de dos tercios.

Maduro atribuye los males del país a una “guerra económica” desatada por sus opositores, en connivencia con EE.UU. Pero los economistas independientes llevan años advirtiendo sobre las consecuencias del despilfarro, la corrupción y los rígidos controles cambiarios y de precios del gobierno. Hace un año, un electorado desilusionado otorgó el control de la Asamblea Nacional – la legislatura del país – a la alianza opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Pero el gobierno de Maduro usó su control del Tribunal Supremo para simplemente anular los poderes constitucionales del parlamento. La autoridad electoral, también en manos del gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), ha bloqueado el intento de la oposición de llevar a cabo un referéndum revocatorio contra Maduro – el cual podría haber sido una solución democrática y constitucional.

Las negociaciones lideradas por el Vaticano, que comenzaron a finales de octubre, se vinieron abajo casi inmediatamente, después de que el gobierno incumpliera sus compromisos de liberar a presos políticos, restaurar los poderes del parlamento y permitir el ingreso de ayuda humanitaria. Cuando el secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, exigió que Maduro cumpliera su palabra, el gobierno lo acusó de sobrepasar los términos de la misión de facilitación del Papa.

Los venezolanos saben que tienen que resolver sus propios problemas. Pero la región – y esto incluye a EE.UU. – tiene que obligar a Maduro a cumplir sus compromisos internacionales en materia de democracia y derechos humanos. Sin una transición de vuelta al Estado de derecho, mediada por actores externos, el país va camino del colapso. Los vecinos de Venezuela deben proporcionar mayor apoyo, además de presionar seriamente, para encontrar una solución a la crisis. El gobierno no da ninguna señal de estar interesado en unas verdaderas negociaciones, pero la región ya no puede permitirse mirar hacia otro lado. 

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