U.S. President Donald Trump speaks as he signs an executive order reversing Obama administration's Cuba policies at the Manuel Artime Theater in Miami, Florida, U.S., on 16 June 2017. REUTERS/Carlos Barria
Commentary / Latin America & Caribbean 4 minutes

Un paso atrás equivocado en Cuba

Las nuevas medidas del presidente Trump contra Cuba preservan las relaciones diplomáticas y el derecho a gran parte del comercio con EE.UU. y a viajar en grupo. Pero el ambiente agresivo en EE.UU. amenaza con endurecer las políticas domésticas en Cuba y dificultar el rol de La Habana como mediador en las crisis y conflictos regionales.

El anuncio del presidente Trump el 16 de junio de que su administración revertirá parcialmente los esfuerzos por restaurar los vínculos democráticos y normalizar las relaciones con Cuba representa una involución al pasado que pone en peligro los objetivos generales de libertad y democracia que dice promover. Con el retiro del veterano presidente cubano Raúl Castro previsto para dentro de un año, y mientras el principal aliado de Cuba, Venezuela, se hunde aún más en el caos político y económico, el contenido de esta decisión y el momento elegido para anunciarla muestran escasa sensibilidad hacia cómo las acciones de EE.UU. tienen resonancia con el pueblo cubano y la región en general.

Las medidas incluidas en el discurso del presidente Trump a los exiliados cubanos en Miami solo tendrán un mínimo impacto práctico. Las más significativas de ellas – la prohibición de las transacciones con las empresas militares cubanas y la prohibición a los ciudadanos estadounidenses de viajar a la isla de forma individual – representan un retroceso en el deshielo de las relaciones anunciado por los presidentes Obama y Castro en diciembre de 2014, pero de formas muy selectivas y difíciles de imponer. Notablemente, ni la decisión de reabrir una embajada de EE.UU. en La Habana ni el derecho de los ciudadanos estadounidenses a comerciar con o viajar a la isla en grupos organizados han sido revocados.

If the real intention is to spur a democratic transition in Cuba, then the almost certain outcome is failure.

Pero el espíritu y el tono del discurso son otro tema. Su carácter agresivo, la calidez mostrada hacia los veteranos del movimiento anti-Castro, y la insistente condena del gobierno represivo del Partido Comunista fueron como repeticiones de una vieja grabación, repletas de los familiares sonidos de la edad de oro de las hostilidades entre EE.UU. y Cuba. Como han señalado inmediatamente los detractores de la administración actual en EE.UU., el anuncio choca con el enfoque de laissez faire de la administración hacia las autocracias en prácticamente cualquier otra parte, y la promesa en el discurso inaugural de Trump de que “no pretendemos imponerle nuestra forma de vida a nadie”. No es difícil imaginar que muchos cubanos y latinoamericanos atribuirán esta incongruencia a un arraigado sentimiento de posesión hacia una isla que a finales del siglo XIX se convirtió en su protectorado, y para mediados del siglo XX en su palacio de ocio.

Si la verdadera intención es impulsar una transición democrática en Cuba, entonces el fracaso es prácticamente el único resultado posible. Medio siglo de ostracismo por parte de EE.UU. no logró derrocar a los hermanos Castro, ni siquiera cuando el colapso de la Unión Soviética marcó el inicio de un “período especial” de extrema escasez y recesión en la isla. Por el contrario, la enérgica represión de la disidencia interna a menudo se ha justificado como una respuesta a las acciones e intenciones percibidas del “Coloso del Norte”. También en este caso, el resultado bien podría ser un endurecimiento de las políticas del régimen. Se esperaba que la generación revolucionaria de la década de 1950 pronto abandonara el escenario político, pero los ataques contra las empresas militares fomentadas por Castro en los sectores del turismo, comercio y servicios, y la amenaza de nuevas medidas aún más duras, podría convencer a los líderes veteranos de esperar más tiempo antes de renunciar a su influencia.

En un sentido más amplio, las medidas confirmarán a ojos de América Latina la creciente impresión de que el enfoque de la administración estadounidense hacia la región está guiado principalmente por consideraciones políticas internas (en este caso, los votantes cubanos de Florida), el nacionalismo económico en torno a cuestiones como el comercio, y un enfoque de seguridad frente a temas como la inmigración y las drogas. Pondrán en tela de juicio el compromiso de Washington con los procesos de paz en los que Cuba ha estado desempeñando un papel fundamental – en el caso más reciente, como anfitrión y garante de las negociaciones exitosas entre el gobierno colombiano y el grupo guerrillero de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Worsening bloodshed in Venezuela would be among the most regrettable consequences of an unnecessary, ill-informed and harmful shift in U.S. policy toward Cuba.

Las principales víctimas indirectas bien podrían ser los venezolanos. Al darle la espalda a Cuba, aunque solo sea parcialmente y con intenciones cuestionables, el gobierno de EE.UU. se arriesga a menoscabar la vocación de consolidación de la paz de la isla en un momento en el que encontrar una solución a la espiral descendente de Venezuela – la principal crisis de América Latina en la actualidad – depende en gran medida de la voluntad de Cuba de presionar a sus aliados en Caracas y posteriormente garantizar que se implemente cualquier acuerdo negociado.

Hasta ahora, Cuba se ha mostrado reacia a contribuir a los esfuerzos por reunir en torno a la mesa de negociación a un gobierno venezolano con el cual tiene estrechos vínculos – y al cual apoya con miles de asesores cubanos en materia de seguridad e inteligencia – y una oposición de la cual desconfía. La retórica de la Guerra Fría y las amenazas de un mayor aislamiento probablemente no ayuden. Por el contrario, tales tácticas de EE.UU. podrían reafirmar el apoyo de Cuba hacia un gobierno venezolano cada vez más autoritario, el cual utiliza libremente la supuesta intervención estadounidense para justificar su represión y debilitar a sus opositores en el extranjero. Las diatribas contra EE.UU. lanzadas por la canciller Delcy Rodríguez en la reciente asamblea general de la Organización de Estados Americanos sugieren que la impopularidad de Trump en la región no ha pasado desapercibida en Caracas.

En una región que ya se caracteriza por el estancamiento económico y la polarización política, el agravamiento del derramamiento de sangre en Venezuela sería una de las consecuencias más lamentables de un cambio innecesario, mal informado y dañino en la política estadounidense hacia Cuba.

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