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Gobernar Haití: Tiempo de un consenso nacional

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Resumen ejecutivo

Haití está en una carrera contra el tiempo para convencer a sus propios ciudadanos, donantes y posibles inversionistas que el progreso y la estabilidad son factibles. El continuo retraso en llevar a cabo elecciones libres y justas representa el mayor desafío inmediato, pero el presidente Michel Martelly, luchando desde hace 18 meses por gobernar una nación dividida, carece de una base política estable -también negada a sus predecesores- para obtener la aprobación a su estrategia de desarrollo de cinco puntos que ha propuesto: empleo, estado de derecho, educación, medio ambiente y energía. Para finalmente comenzar la largamente prometida transformación, Martelly debe partir sobre la base del tenue acuerdo de Nochebuena de 2012 con el fin de que un órgano electoral creíble desarrolle prontamente las demoradas elecciones al senado, municipales y locales. También debe reunir a actores clave en un diálogo nacional sobre la elección del Consejo Constitucional y resolver cuestiones de credibilidad acerca del nombramiento del presidente de la Corte Suprema y del Consejo Superior de la Judicatura, así como proseguir otras políticas públicas de corto y mediano plazo.

Terminar con el embrollo electoral es esencial pero insuficiente. Las reformas que den seguimiento a ese acuerdo son necesarias para evitar una parálisis política durante el mandato de Martelly. El largo y difícil camino al recientemente concluido proceso de enmienda constitucional y el todavía inconcluso debate sobre la formación del Consejo Electoral Permanente son testimonio del déficit de confianza y la ausencia de consenso político. Haití necesita un acuerdo nacional para gestionar la reconstrucción y el desarrollo, particularmente a medida que entra en un período electoral difícil, cuyo calendario todavía se desconoce. Muchos sectores se adhieren a un diálogo nacional de manera retórica pero no lo desarrollan con seriedad. La intensificación del debate alrededor de la organización de elecciones al senado, municipales y locales en 2013, sin embargo, puede ofrecer una oportunidad para construir un acuerdo de gobernabilidad que podría finalmente movilizar a los actores nacionales y asegurar el apoyo de los donantes hacia la transformación del país, tema que ha sido prometido desde el terremoto de 2010. Después de varios esfuerzos fallidos para llegar a un acuerdo interno sobre cuestiones básicas, incluso aquellos donantes comprometidos con Haití se sienten frustrados por la falta de liderazgo, gobernabilidad y transparencia.

Las décadas de inacción gubernamental, la creciente frustración y la disminución de la tolerancia ciudadana dejan poco margen para el error. La política haitiana en efecto se ha caracterizado por la exclusión de la mayoría de los ciudadanos, y gobernar efectivamente es una tarea crecientemente difícil para cualquier gobierno. El calendario electoral establecido en la constitución nunca es respetado, por lo que los mandatos de funcionarios electos expiran sin reemplazo, dando lugar a inestabilidad institucional. Las elecciones son en gran parte una competencia entre las élites políticas y económicas, mientras que una miríada de partidos dan voz a algunos pocos, fracasan en la movilización del electorado y fragmentan el poder legislativo. La participación de los votantes ha ido disminuyendo desde el 2006, junto con la confianza del público.

La política de estancamiento no es la respuesta a la frágil seguridad y estabilidad del país. Más bien, se requiere de un consenso sobre las prioridades y la estrategia para lograrlas. Es cada vez más evidente que un gobierno funcional es poco probable a menos que la comunidad empresarial, líderes religiosos, profesionales y políticos puedan llegar a un acuerdo. De otra manera Haití encara crecientes disturbios internos. Algunos países de América Latina ofrecen experiencias útiles sobre cómo construir acuerdos sostenibles y efectivos que pueden ser progresivamente traducidos en políticas concretas y sostenibles. La “Concertación por la Democracia” en Chile, el “Acuerdo para la Justicia y Seguridad en Guatemala”, el “Acuerdo Nacional” en Perú y, más recientemente, el “Pacto por México” son ejemplos sobre cómo identificar prioridades compartidas y extraer compromisos de los partidos políticos y de la sociedad civil. Demuestran que el diálogo inicial debe ser inclusivo, si es que ha de haber eficacia en la toma de decisiones y una implementación eficiente.

Los desafíos a los que Haití hace frente no son difíciles de adivinar. En esencia se enfocan en la necesidad de buen gobierno, la creación de un consenso entre élites, estrategias eficazmente implementadas para la reducción de la pobreza y el fortalecimiento del estado de derecho. Desafortunadamente, estos desafíos nunca han sido confrontados de manera eficaz. Hoy Haití presenta pocos motivos para el optimismo. Por cada señal de progreso en cualquiera de estos frentes hay múltiples casos de retroceso o, en el mejor de los casos, parálisis. Lo que ha cambiado, sin embargo, son las señales recientes de una demanda genuina de los donantes para poner fin a ese estancamiento, mostrando al mismo tiempo fuertes señales de fatiga. Para que Haití salga adelante, los más nobles sentimientos de sus líderes van a tener que prevalecer de una vez y pronto. Esta es una frágil ilusión sobre la que descansa el futuro del país; pero podría ser todo lo que tiene. Sin un pacto nacional, el presidente enfrenta desafortunadamente el espectro de una presidencia fallida, y Haití arriesga el abandono internacional.

Puerto Príncipe/Bogotá/Bruselas, 4 de febrero de 2013

Executive Summary

Haiti is in a race against time to convince its own people, donors and potential investors that progress and stability are achievable. Continued delay in holding free and fair elections may well pose the greatest immediate challenge, but President Michel Martelly, already struggling to govern the broken and divided nation for one and a half years, lacks the stable political base (also denied to his predecessors) to obtain buy-in to his proposed Five-E development strategy: employment, état de droit (rule of law), education, environment and energy. To finally start the long-promised transformation, he should build on the tenuous Christmas Eve 2012 agreement for a credible electoral body to hold much delayed Senate, municipal and local polls quickly. He also should bring key actors into a national dialogue on selecting the Constitutional Council and resolving credibility questions about the appointment of the president of the Supreme Court and the Superior Judicial Council, as well as on pursuing other critical short- and longer-term public policies.

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Ending the elections imbroglio is essential but insufficient. Follow-on reforms are required to avoid political paralysis during Martelly’s term. The long and difficult path to the recently concluded constitutional amendment process and still inconclusive debate over formation of the Permanent Electoral Council (CEP) are testament to the deficit of confidence and absence of political consensus. Haiti needs a national accord to manage reconstruction and development, particularly as it enters a difficult electoral period, whose calendar is still unknown. Many sectors espouse national dialogue rhetorically but do not pursue it seriously. The intensifying debate around organisation of Senate, municipal and local elections in 2013, however, may offer an opportunity to pursue a governance accord that could finally mobilise domestic forces and better secure donor support for the transformation that has been touted ever since the 2010 earthquake. After several failed efforts to reach domestic agreement on basic issues, even strong donor supporters are becoming frustrated by the lack of leadership, governance and accountability.

Decades of government inaction, growing frustration and decreasing citizen tolerance leave little margin for error. The Haitian brand of politics in effect virtually excludes the majority of citizens, and it is becoming increasingly difficult for any administration to govern effectively. The electoral calendar laid down in the constitution is never respected, so the terms of elected officials expire without replacement, giving rise to institutional instability. Elections are largely a contest between political and economic elites, as a myriad of parties give voice to few, fail to mobilise the electorate and fragment parliament. Voter participation has been falling since 2006, along with public confidence.

Zero-sum politics is not the answer to the country’s fragile security and stability. Rather, consensus is required on priorities and the strategy for achieving them. It is increasingly evident that functional governance is unlikely until and unless the business community, religious, professional and political leaderships can reach an accord. Otherwise Haiti faces increasing internal unrest. The Latin American region offers useful experience about how to build sustainable, effective agreements that can progressively be translated into concrete and sustainable policies. The National “Concertación por la Democracia” in Chile, the Agreement for Justice and Security in Guatemala, the “Acuerdo Nacional” in Peru and, most recently, the “Pact for Mexico” are examples of how to identify shared priorities and extract commitments from political parties and civil society. They demonstrate that the initial dialogue must be inclusive, if there is to be effective decision-making and efficient implementation.

The challenges facing Haiti are not difficult to divine. In essence they focus on a need for good governance, consensus-building among the elites, poverty reduction strategies effectively implemented and strengthened rule of law. Sadly, these challenges have never been confronted effectively. Haiti today presents little cause for optimism. For every instance of progress on any of these fronts, there are multiple instances of regression or, at best, stasis. What has changed, though, are the recent signs of a genuine demand for an end to that stalemate from donors who are also showing strong signs of fatigue. If Haiti is to pull through, the better angels in the natures of its leaders are going to have to prevail for once and prevail soon. This is a thin reed on which to float the country’s future; but it might be all it has. Without a national pact, President Martelly unfortunately faces the spectre of a failed presidency, and Haiti risks international abandonment.

Port-au-Prince/Bogotá/Brussels, 4 February 2013

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