Convulsion en Oriente Proximo
Convulsion en Oriente Proximo
Op-Ed / Middle East & North Africa 4 minutes

Convulsion en Oriente Proximo

Tras la guerra del Líbano se ha acentuado el deseo de Occidente de colaborar con Siria. Tanto analistas y políticos de toda Europa como importantes expertos estadounidienses en política exterior -incluyendo a los autores del informe del Grupo de Estudio sobre Irak- han llegado a la conclusión de que Damasco es clave para la estabilidad regional y es vital reabrir las vías de comunicación, que por el momento están paralizadas.

La propuesta tiene un sentido eminente, aunque la diplomacia se ha vuelto más difícil tras la guerra en el Líbano. Sin embargo, si la estrategia política que resulte de este esfuerzo es poco más que una manera más educada de pedir a Siria que modifique su conducta, entonces es poco probable que fructifique. En cambio, lo que es necesario es un serio intercambio de concesiones, en el cual las transformaciones sean recíprocas.

Hasta el momento, esto no ha sucedido. Una plétora de emisarios europeos ha viajado a Damasco, tratando de averiguar si sus interlocutores estarían dispuestos a cambiar su actitud con respecto al Líbano, Irak, Irán y Palestina a cambio de retomar el diálogo.

En otras palabras, se trata de lograr por medio de la participación de Siria lo que la Administración Bush ha intentado conseguir mediante su aislamiento. Estados Unidos aboga por un cambio de política, en esencia con la misma fórmula: ofrecer como contrapuesta nuevas conversaciones a cambio de significativas concesiones de Damasco.

Lo que no es nada sorprendente es que los últimos enviados europeos hayan vuelto con las manos vacías. Los enviados estadounidenses no conseguirán mejores resultados en el futuro.

Mientras tanto, el régimen sirio simplemente está esperando a que otros cambien su postura y se adapten a la nueva realidad, con la confianza de que por lo menos se alejen de la postura que mantiene Estados Unidos, que como consecuencia de sus últimas derrotas regionales -el agravamiento de la situación en Irak, el aumento y afianzamiento de la influencia iraní en la región, la resistencia armada de Hizbulá y Hamas- estará obligado a solicitar la ayuda de Siria.

Tampoco es probable que Siria haga nada mientras siga en el punto de mira de la investigación sobre el asesinato del primer ministro libanés Rafik Hariri en 2005, lo que podría traducirse en sanciones hacia el régimen sirio.

Pero justo cuando la lógica occidental se equivoca, también se equivoca Siria al pensar que, si Occidente no reconoce su papel clave, entonces puede desempeñar el papel contrario. De hecho, la situación de Oriente Próximo se ha deteriorado hasta tal punto que amenaza con extenderse al régimen sirio. Dicho en otras palabras, no es únicamente Occidente el que necesita la estabilidad que Siria supuestamente puede ofrecer, sino que también a Damasco le hace falta el diálogo con Washington.

Otro intento desorganizado para reabrir el diálogo que carezca de contenido corre el riesgo de aislar al régimen sirio y convencerle de que el contexto todavía no está maduro para entablar negociaciones serias. Una reacción de este tipo desanimaría a los occidentales que defienden una mayor implicación de Damasco en el tablero medioriental, porque sólo confirmaría la opinión de que ese Gobierno no se toma en serio sus propios llamamientos de paz. En su lugar, es necesario encontrar un enfoque coherente para que el diálogo con Siria conlleve resultados concretos.

En primer lugar, es necesario llegar a algún tipo de entendimiento respecto a la investigación de la Naciones Unidas sobre el asesinato de Hariri y otras 15 muertes. Si se evidencia la implicación de ciudadanos sirios, Damasco se verá presionada a entregarlos al tribunal internacional que se establecerá pronto. En este caso, el régimen mismo no debería ser objeto de sanciones. En realidad, es difícil imaginar que la investigación, cualquiera sea su resultado, muestre al mundo mucho más sobre Siria y sus políticas en el Líbano de lo que Estados Unidos y Francia ya sabían cuando apoyaron al régimen. Si Damasco demuestra que quiere pasar página en sus relaciones con Beirut, Occidente inmediatamente debería hacer lo mismo con sus relaciones con Siria.

Segundo, si Occidente intenta entablar conversaciones con Damasco, es necesario que adopte un discurso claro y equilibrado. Está totalmente justificada su firmeza en la cuestión de la soberanía libanesa, pero también debe demostrar firmeza en lo que concierne a la devolución del Golán.

Cuando recientemente el primer ministro, Ehud Olmert, proclamó que los Altos del Golán siempre pertenecerán a Israel, los altos cargos sirios no se indignaron tanto por la declaración en sí misma, como por la ausencia de una condena por parte de Occidente.

Tercero, los partidarios del diálogo tienen que estar dispuestos a ofrecer contraprestaciones tangibles. Damasco no tiene ningún motivo para cambiar sus políticas si lo que se le ofrece es únicamente la aceptación de un orden regional hostil. Altos cargos de Estados Unidos que rechazan reabrir el diálogo opinan que lo único que quiere Siria a cambio es tener vía libre en el Líbano. Pero recuperar los Altos del Golán y reabrir la posibilidad de un acuerdo económico con la Unión Europea es muy importante para un régimen que, tanto política como económicamente, necesita espacio para respirar.

Cuarto, mientras se intenta conseguir concesiones sirias, Occidente tendría que ser realista, porque Damasco no está dispuesto a romper sus vínculos con Hamas, Hizbulá, Irán o los grupos insurgentes iraquíes, puesto que considera estos vínculos como su único recurso en la delicada estrategia del tira y afloja con Israel y Occidente.

Sería más apropiado pedirle que usase esas relaciones de una manera más constructiva, como presionar a Hamas para que declare e imponga un alto el fuego; persuadir a Hizbulá para que mantenga la calma en Israel; trabajar con Irán y los grupos insurgentes suníes con el fin de promover una verdadera reconciliación interna en Irak.

Involucrar a Siria está en el camino de convertirse en una necesidad. Sin embargo, un diálogo infructuoso es probable que haga más mal que bien. Si Europa y Estados Unidos realmente quieren modificar las dinámicas regionales, también deberían adoptar una actitud seria sobre cómo enfrentarse a ello. Y eso comienza tomando en serio a Damasco.

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