El cambio climático está forjando el futuro de los conflictos
El cambio climático está forjando el futuro de los conflictos
UN peacekeepers walk through water in Boma state, South Sudan, after heavy rains and floods forced hundreds of thousands of people to leave their homes in November 2019. REUTERS/Andreea Campeanu

El cambio climático está forjando el futuro de los conflictos

El presidente y CEO de Crisis Group, Robert Malley, se dirigió a la sesión virtual de fórmula Arria del Consejo de Seguridad de la ONU sobre riesgos climáticos y de seguridad el 22 de abril de 2020. Sin una acción global, dijo, el cambio climático podría ser una versión lenta de la actual pandemia del COVID-19.

Me siento honrado de hacer parte de esta sesión de fórmula Arria del Consejo de Seguridad sobre riesgos climáticos y de seguridad. Los organizadores tuvieron la previsión de programarla para que coincidiera con el 50 aniversario del Día de la Tierra; también tuvieron la fortuna, o el infortunio, de que coincida con el brote del COVID-19, un recordatorio apropiado, si es que uno llegara a ser necesario, de cómo los desafíos globales requieren una respuesta global, y de por qué las amenazas inminentes requieren una respuesta urgente. En particular, quiero agradecerles a todos los coanfitriones de hoy por hacer un llamado de atención sobre las crecientes implicaciones del cambio climático en la paz y la seguridad. 

Hablo hoy a nombre del equipo de analistas de conflictos del International Crisis Group en todo el mundo. Crisis Group es una organización independiente cuya misión es salvar vidas al prevenir, mitigar y resolver conflictos letales. Lo hacemos a través de investigación de campo, análisis imparcial e incidencia pragmática para ayudar a entender y transformar el comportamiento de los actores del conflicto y de aquellos que los influyen.

El cambio climático ya está, y continuará, dándole forma al futuro de los conflictos

Entonces, ¿en qué nos atañe esta conversación sobre el clima? En pocas palabras, la convicción de que el cambio climático ya está, y continuará, dándole forma al futuro de los conflictos, y que, si decidimos ignorar esta relación, lo hacemos por nuestra cuenta y riesgo. En ese sentido, y como lo ilustra la reunión de hoy, la conversación sobre el clima está en un punto de inflexión. Esto no solo se debe a los recientes hechos alarmantes en terreno. También es un reflejo de quién está, y quién debería estar, involucrado en este debate. Durante años, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático ha documentado tendencias que pueden instigar o exacerbar la violencia. Dada la velocidad a la que el calentamiento global está superando las proyecciones, el crecimiento progresivo del nivel del mar, la creciente escasez de recursos y la frecuencia de eventos climáticos extremos, sería un incumplimiento de nuestro deber si los actores que trabajamos en cuestiones de paz y seguridad no nos uniéramos a los diplomáticos, científicos, activistas y otros en tomar en serio este desafío.  

Llegamos hace relativamente poco a esta conversación, por lo que abordamos estos problemas con humildad, y sabemos que tenemos mucho que aprender de ustedes. Pero me gustaría ofrecer algunas ideas para una discusión más profunda. 

Primero, debemos cuidarnos de no subestimar ni exagerar la naturaleza de la relación entre el clima y el conflicto. Permítanme ser claro: independientemente de los vínculos que tenga con el conflicto, el cambio climático es un desafío existencial que pone a las poblaciones vulnerables en mayor riesgo y requiere acciones más enérgicas de las que hemos visto hasta el momento.

Entender [la relación entre el clima y el conflicto] es importante porque solo de ese entendimiento podemos derivar políticas públicas sólidas

Pero en lo que respecta al vínculo con el conflicto, entender su relación precisa es importante porque solo de ese entendimiento podemos derivar políticas públicas sólidas. Cuando digo que no hay que minimizar el vínculo causal, me refiero a reconocer que el cambio climático es indudablemente un multiplicador de amenazas de conflicto. Para este momento ya todos estamos familiarizados con los datos que sugieren que el riesgo de conflicto armado aumenta entre diez y veinte por ciento cada vez que la temperatura local sube medio grado, y esto puede ser un cálculo conservador. Por supuesto, los investigadores debatirán el papel preciso de los riesgos relacionados con el clima en cualquier crisis, pero existe un amplio consenso de que el cambio climático puede, por ejemplo, aumentar la inseguridad alimentaria, la escasez de agua y la competencia por recursos, obstaculizar la subsistencia y estimular la migración o lo que se ha denominado refugiados climáticos. Y todos estos son factores clave que, como Crisis Group ha documentado durante más de dos décadas, a su vez pueden desempeñar un papel esencial en la configuración de conflictos letales, por ejemplo, al provocar enfrentamientos entre Estados o a nivel interno por recursos, desacreditar la institucionalidad del Estado central o hacer que grupos armados no estatales sean más atractivos y facilitar sus campañas de reclutamiento. 

Al mismo tiempo, la relación entre clima y conflicto no es lineal; es compleja y matizada. En algunas situaciones, pequeñas variaciones en el clima pueden contribuir a aumentos significativos en conflictos violentos; en otras, grandes variaciones en el clima no tendrán tanto impacto. Esto se debe a que lo que importa en este caso, como en tantos otros, es la manera en la que las autoridades manejen los problemas provocados o exacerbados por el cambio climático: qué tan equitativa y efectivamente asignan y distribuyen recursos; qué tan inclusivos y responsables son; si existen buenos mecanismos de mediación intercomunitaria o no, entre otros factores. 

Es más, el cambio climático no necesariamente produce escasez de recursos. En algunos casos lo hace, en otros no: el incremento en temperaturas y las precipitaciones volátiles significan que muchas áreas tendrán menos recursos, pero también significa que algunas podrán tener más. Mayores recursos pueden ser netamente positivos en términos de paz y estabilidad, aunque como Crisis Group también ha documentado, esto puede contribuir a una mayor competencia y más violencia, si dicha competencia está mal regulada por el Estado.

El conflicto y la inestabilidad política pueden contribuir al cambio climático

Finalmente, la relación puede invertirse, ya que el conflicto y la inestabilidad política pueden contribuir al cambio climático, por ejemplo, a través de la tala ilegal en la Amazonía. 

En otras palabras, el impacto del cambio climático en los conflictos es específico a cada contexto, por lo que creemos que combinar el tipo de análisis político detallado y basado en la investigación de campo que nuestra organización realiza, con el conocimiento técnico sobre el cambio climático podría producir resultados más efectivos en la prevención de conflictos. 

Los tipos de conflictos a los que me refiero pueden agruparse en dos amplias categorías. Primero están las tensiones dentro de los países, derivadas de la escasez de recursos relacionada con el clima; esto requiere respuestas políticas internas que la ONU podría apoyar. En segundo lugar, las tensiones entre estados por la escasez de recursos, especialmente en el caso del agua, que requieren una respuesta diplomática que las Naciones Unidas podrían facilitar. Basándome en informes recientes de Crisis Group, abordaré un ejemplo de cada categoría.

Crisis Group trabaja para mitigar los efectos que el cambio climático puede tener sobre conflictos violentos en todo el mundo, incluyendo en la región del Sahel de África (en la foto). CRISISGROUP/Jorge Gutierrez Lucena

Crisis Group ha analizado cómo los factores relacionados con el clima han exacerbado los conflictos entre comunidades de pastores y agricultores a lo largo y ancho del Sahel, e incluso hasta el límite sur con Kenia. Conseguir la paz requerirá que los Estados restablezcan su capacidad para regular pacíficamente los conflictos en esas áreas rurales, especialmente en relación con las disputas sobre tierras habitables y otros recursos que se están volviendo más escasos debido al aumento de las temperaturas y la precipitación variable. 

Para abordar un ejemplo específico, el norte de Nigeria ha experimentado una gran disminución en la duración de la temporada de lluvias y un aumento en las condiciones desérticas o semidesérticas en las últimas décadas. Estos cambios han secado muchas fuentes de agua naturales, disminuyendo los pastizales y las tierras de cultivo. En los estados del norte directamente afectados, se ha exacerbado la competencia de larga data entre pastores y agricultores que comparten los mismos recursos. También está obligando a un gran número de pastores a migrar hacia el sur en busca de tierras productivas, lo que resulta en conflictos cada vez mayores entre ellos y las crecientes poblaciones de agricultores sedentarios en el centro de Nigeria. Esta violencia ha aumentado los desafíos de seguridad en Nigeria y ha desviado la atención de los militares del muy necesario foco en Boko Haram. 

Cuando los Estados no logran resolver estas tensiones entre comunidades, una variedad de grupos armados, incluidos criminales y yihadistas, pueden llenar este vacío y explotar violentamente la desconfianza de las comunidades rurales marginadas hacia los gobiernos. Pero si bien las medidas militares contra tales grupos son necesarias, una respuesta efectiva no puede basarse únicamente en la seguridad: debe haber un componente político, tal como la promoción de diálogos inclusivos para reducir las tensiones entre comunidades y comprometer a los grupos armados; una dimensión económica, que incluya maneras de formalizar economías irregulares y reformar el sector ganadero; y una dimensión climática, que incluya la priorización de asistencia humanitaria a los más afectados por los cambios ambientales.

El presidente y CEO de Crisis Group, Robert Malley, se dirige a la sesión virtual de fórmula Arria del Consejo de Seguridad de la ONU sobre riesgos climáticos y de seguridad el 22 de abril de 2020.

Pasando a la dinámica interestatal, Crisis Group también ha analizado los conflictos transfronterizos por el agua alrededor de la cuenca del río Nilo, y específicamente la Gran Represa del Renacimiento de Etiopía. Desde el 2010, Etiopía ha estado construyendo la represa en el río Nilo Azul como su máxima prioridad de desarrollo. Dado que el Nilo Azul es el principal afluente del río Nilo, Egipto teme que la represa amenace su suministro de agua. 

Una negociación ya complicada se ha hecho aún más difícil, ya que ante el aumento de la temperatura y la disminución de las tendencias de precipitación probablemente se produzca una mayor escasez de agua en la cuenca del Nilo. En los últimos años, expertos técnicos de ambos países y de Sudán, que también se ha visto afectado, estuvieron cerca de lograr un consenso sobre qué tan rápido Etiopía podría llenar el embalse de la represa para minimizar los impactos aguas abajo. Desde entonces, las conversaciones han encontrado nuevos obstáculos, pero lo más significativo de este ejemplo no es solo cómo un problema de escasez de recursos en torno a los derechos del agua se ha intensificado por las condiciones del cambio climático, sino también cómo las negociaciones diplomáticas resultantes podrían fortalecer a instituciones regionales capaces de abordar tanto el cambio climático como los problemas de conflicto en el futuro. Si bien estas negociaciones están lejos de culminar, hay al menos motivos para tener esperanza de que la urgencia provocada por el clima fomente el paso a la acción.

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Por supuesto, tenemos mucho más que aprender sobre los vínculos entre inestabilidad, conflicto y clima. Por ahora, y más allá de la necesidad de dedicar cada vez más atención a la política de riesgos de seguridad relacionados con el clima, propondría dos pasos para hacer que nuestra respuesta colectiva de políticas públicas sea más efectiva: primero, tenemos que reducir los cronogramas utilizados para hacer la evaluación de los riesgos climáticos; segundo, debemos priorizar las zonas donde los riesgos climáticos se interceptan con políticas frágiles.

Hasta hace poco, la tendencia era discutir el cambio climático en los plazos de diez o quince años establecidos por los informes del IPCC. Pero como todos saben, la comunidad que trabaja en temas de paz y seguridad opera en un cronograma mucho más corto. Nuestro objetivo debe ser documentar más cerca del tiempo real qué áreas están experimentando los efectos más urgentes del cambio climático, cuándo podrían ocurrir más cambios ambientales y cómo serían.

En segundo lugar, como mencioné, así como los riesgos climáticos varían según las diferentes geografías, también lo hacen los riesgos de conflicto según las diferentes políticas. Las decisiones políticas que deciden cómo se asignan recursos y quién puede acceder a ellos determinan si la distribución es considerada equitativa, justa o inicua, y esos asuntos son muy importantes cuando se trata de riesgos de conflicto. Por lo tanto, debemos preguntarnos en qué lugares con las mayores probabilidades de crisis climáticas se encuentran las instituciones y capacidades estatales más débiles, y recomendar medidas políticas apropiadas para fortalecer dichas instituciones y la efectividad de las respuestas estatales.  

Para terminar, quiero hablar brevemente sobre el COVID-19, tanto de manera general como respecto al clima específicamente. La pandemia presenta claramente un desafío que definirá una nueva era para la salud pública y la economía global. Sus consecuencias políticas, tanto a corto como a largo plazo, se harán más claras gradualmente. En Crisis Group, estamos prestando especial atención a los lugares donde los desafíos sanitarios globales se interceptan con condiciones políticas que podrían dar lugar a nuevas crisis o exacerbar las existentes.

Más específicamente, vale la pena reflexionar sobre cómo el COVID-19 puede afectar las políticas del cambio climático. Es cierto que recientemente ha habido una reducción en las emisiones de carbono, pero podría durar poco. Es probable que dos factores económicos compliquen estos esfuerzos: el precio del petróleo ha caído precipitadamente, lo que puede retrasar las inversiones en energías renovables, y existe el riesgo de una recesión económica mundial, que reduciría el ya limitado tiempo y los pocos recursos disponibles para los formuladores de políticas en muchos otros temas, incluido el cambio climático. Como resultado, los desafíos políticos futuros serán significativos para abordar tanto el cambio climático como su relación con el conflicto. 

Pero hay un mensaje político esencial que deberíamos aprender del COVID-19, y es que, sin una acción colectiva global inmediata, el cambio climático podría ser la versión lenta del brote de coronavirus, alterando las condiciones económicas, políticas y de seguridad en todo el mundo. 

No tenemos otra alternativa que seguir adelante, y por ese esfuerzo, les agradezco a todos y espero oír sus opiniones al respecto.

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