¿Derrocará la presión al gobierno venezolano?
¿Derrocará la presión al gobierno venezolano?
A Chavista holds a sign that reads “With hunger and no job, with Maduro I remain. Long live the homeland” during a demonstration in support of Venezuelan president Nicolás Maduro Caracas, Venezuela – 9 March 2019. Hugo Passarello Luna / Hans Lucas
Commentary / Latin America & Caribbean 10 minutes

¿Derrocará la presión al gobierno venezolano?

En Venezuela, hay apagones casi todos los días, y la mayoría de las familias tienen poco que poner en la mesa para comer. En medio de la creciente miseria, ¿abandonará la base social al gobierno para apoyar al líder de la oposición?, ¿o el propio gobierno se quebrará bajo la presión?.

Ángela (no es su nombre real) maneja la entrega de las raciones estatales de alimentos conocida como CLAPs en su barrio de clase obrera de Caracas. Ella es una seguidora de toda la vida del chavismo - la filosofía de izquierda y de economía estatizada predicada por el fallecido presidente Hugo Chávez - y leal a su sucesor, el asediado Nicolás Maduro. Pero hoy, con numerosos poderes externos apoyando la demanda del representante de la oposición Juan Guaidó a la presidencia y con Venezuela hundiéndose cada vez más en la pobreza y desesperación, admite que ella y sus amigos están “hastiados”. Me pregunto, ¿en qué punto del esfuerzo liderado por EE. UU. de asfixiar al gobierno de Maduro podría ella finalmente renunciar a la causa?, ¿en qué punto podrían las sanciones y otras presiones tener el efecto deseado? Sus ojos se ponen vidriosos ante la pregunta. “Yo no puedo vivir sin mis medicamentos”.

Mientras me siento en su sala, un amigo o pariente pasa con una bolsa de huesos de res. Ángela asiente con aprobación. No estoy seguro si ella pretende hervirlos para comerlos con su familia o para alimentar al escuálido perro acurrucado a mi lado. Podría ser cualquiera de las opciones, ya que la carne es poco asequible para la mayoría de los venezolanos y los carniceros locales ahora cobran los precios en dólares norteamericanos – aunque Ángela dice que nunca en su vida ha tenido un billete de dólar. Pero sería irrespetuoso preguntar. Estamos en La Vega, un populoso distrito en el occidente de la capital que hace décadas se formó en los márgenes de una fábrica que abastecía el concreto que levantó las torres y pavimentó las carreteras de una metrópolis que una vez fue próspera. Los chavistas de La Vega, y hay muchos, apuntan a los logros históricos de los quince años de mandato de su ídolo. Dicen que por primera vez un gobierno venezolano oyó el clamor de los pobres. Gracias a los altos precios del petróleo, ofreció líneas de crédito a la clase trabajadora para que construyeran sus casas. Les brindó trabajos estables y un sistema de salud decente. Las masas ya no eran marginalizadas por las clases superiores, quienes ahora se encogían ante su poder político.

En las bases sociales del chavismo el descontento con Maduro y el miedo a los efectos de las sanciones nunca están muy lejos de la superficie.

En las bases sociales del chavismo, en un lugar como La Vega, el descontento con Maduro y el miedo a los efectos de las sanciones nunca están muy lejos de la superficie. Una activista comunitaria llega en duelo a nuestra reunión en un proyecto de vivienda cercano. Una amiga de 34 años acaba de morir de tuberculosis, provocada por la desnutrición y agravada por la falta de antibióticos. La activista reprime su dolor y procede a repudiar la ética del chavismo contemporáneo, decrépita en comparación con los primeros días del movimiento. Donde antes había abundancia, ahora hay anaqueles vacíos y el transporte público está desapareciendo. Donde una vez hubo la promesa de la democracia popular, ahora están las redadas y los asesinatos de la Fuerza de Acción Especial de la Policía Nacional Bolivariana (FAES), la obsesión por asegurar los votos y la propaganda de las redes sociales. Pero tiene claro quién es su enemigo político: "No quiero volver a la rancia oligarquía".

Un frente desafiante

La campaña de Guaidó plantea preguntas similares a los oficiales chavistas y militares de alto rango. ¿Cuánto tiempo pueden seguir respaldando a Maduro si el gobierno no puede proporcionar servicios básicos o garantizar que las familias como la de Ángela tengan suficiente para comer? ¿Qué tan mal tiene que ponerse la situación antes de que el gobierno ceda?

En las esferas más altas del gobierno, los chavistas cuentan pequeñas victorias tácticas sobre la campaña de la oposición venezolana, respaldada por los Estados Unidos y sus aliados latinoamericanos y europeos para desplazar a Maduro. Se atribuyen como éxito que el alto mando militar ha mantenido su cohesión; que en febrero el gobierno frustró la entrada de la ayuda humanitaria de la oposición; y que el país ha resistido repetidos cortes de energía en todo el país con unos pocos desmanes limitados y locales. Múltiples fuentes cercanas al gobierno aseguran que una lógica de supervivencia se ha apoderado del Estado. Éste atribuye sin evidencia cada corte de los servicios públicos a intrigas imperialistas; cada día endurece su postura contra la oposición. Ha puesto a Guaidó, el que sería el presidente en representación de la oposición, bajo una prohibición de viaje, ha impedido que pueda presentarse a elecciones y lo ha despojado de su inmunidad parlamentaria para enjuiciamientos, al tiempo que encarceló a su jefe de gabinete.

A street in La Vega, Caracas, March 2019. CRISISGROUP/Ivan Briscoe.

Sin embargo, más allá de las bravuconadas, no es difícil encontrar experimentados chavistas que entienden que las victorias que enumeran son pírricas. Las bases económicas del país se encuentran en una grave situación y empeoran. Las importaciones estadounidenses de petróleo venezolano se han derrumbado a cero bajo las sanciones impuestas a fines de enero, mientras que la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) informa que la producción de petróleo ha caído al menos un 13 por ciento solo en febrero, aunque otras estimaciones apuntan a una caída mucho mayor. Fuentes cercanas al gobierno dicen que las nuevas sanciones bancarias impuestas por los EE. UU. en marzo, días después del arresto del jefe de gabinete de Guaidó, podrían obligar al Estado a pagar millones de dólares en efectivo por los alimentos importados utilizados para los CLAPs; dinero que el Estado lucharía por conseguir. Algunos diplomáticos venezolanos deben hacer el periplo a otro país latinoamericano para obtener su salario. 

“No estamos preparados para un largo régimen de sanciones”, dice el jefe de gabinete de un chavista prominente. “Creo que sobreestimamos nuestro poder de resistir y subestimamos la capacidad de las sanciones gringas de presionarnos”.

Un círculo cercano preocupado

El círculo más cercano a Maduro - estimado en unas diez a veinte personas por Elliott Abrams, representante especial de EE. UU. para Venezuela – no es inconsciente de la escala del acelerado desastre, como los críticos a menudo sugieren. Al dar su consentimiento a la Cruz Roja para que empiece la distribución de ayuda humanitaria en Venezuela, el gobierno reconoce en efecto la realidad de indigencia pública. Otros organismos humanitarios globales informan acercamientos directos del gobierno para comenzar las operaciones de ayuda. La falta de suministro de agua producto de los cortes de energía es imposible de ignorar para los funcionarios: la semana pasada condujo a violentas protestas en barrios chavistas a algunas cuadras del palacio presidencial en Caracas, y la gente regularmente llena sus baldes en las fétidas aguas del río Guaire que atraviesa la ciudad. Pero el gobierno muestra estas extremas carencias como parte de una guerra de desgaste, y cada nueva adversidad es un pretexto para que los líderes del gobierno o las poderosas facciones chavistas repriman a la oposición con más vehemencia.

El círculo íntimo también es consciente de que negarse a ceder ante cualquier demanda de la oposición, con la excepción de aceptar la ayuda humanitaria, y rechazar los gestos que podrían ayudar a iniciar negociaciones serias podrían provocar una catástrofe. Un experimentado chavista identifica tres escenarios en los que el gobierno podría verse obligado a dialogar: desorden público masivo, similar al de los disturbios del Caracazo de 1989 que siguieron a un alza en los precios del combustible, llevaron a cientos de muertes y ayudaron a allanar el camino para el ascenso de Chávez; divisiones entre las alas civiles y militares del gobierno; y una intervención militar extranjera.

Pero varias fuentes cercanas al gobierno apuntan que, aun en estos casos extremos, los líderes civiles pueden no ceder su postura inflexible. Las fuerzas armadas, lideradas por el ministro de defensa Vladimir Padrino López, pueden tener que persuadirlos para que lo hagan. Como dijo una fuente familiar al pensamiento del gobierno, “cuando el alto mando militar vea que el costo de ceder a la presión externa es menor al costo de mantener la paz y orden interno, entonces es posible que actúen”. Según informes, las tensiones con los militares se han desatado a raíz de los cortes de energía de marzo. Por el momento, sin embargo, parece poco probable que las fuerzas armadas deseen dar un golpe de estado. No ha habido ningún golpe exitoso en Venezuela desde 1958, y las condiciones para llevarlo a cabo ahora son poco propicias, dado que los servicios de inteligencia vigilan atentamente los cuarteles y debido a las graves consecuencias que pagan los supuestos conspiradores.

Una oposición optimista

La oposición reconoce que su campaña para sacar del poder a Maduro, establecer un gobierno transicional y realizar elecciones libres y justas se ha topado con dificultades. Sin embargo, muchos se muestran imperturbables, y dicen que la terquedad chavista es simplemente lo que se esperaría de funcionarios corruptos y criminales desesperados por mantenerse en el poder. Fuentes cercanas a Guaidó insisten en que son pacientes. Apuntan a que el presidente interino es ahora el político más popular de Venezuela, con un apoyo cercano al 60 por ciento. A algunos pragmáticos de la oposición les disgusta que el apoyo incondicional del gobierno de Trump a Guaidó haya tomado la forma de compromisos para hacer retroceder el socialismo en las Américas o restaurar la Doctrina Monroe. Sin embargo, a otros no les importa que florezcan tales retóricas: Washington, en palabras de un importante aliado de Guaidó, es el "policía malo" que ofrece protección para el sonriente "policía bueno" que finalmente prevalecerá.

Los líderes chavistas ahora hablan con franqueza de las condiciones bajo las cuales aceptarían nuevas elecciones y un posible período de oposición.

Sin embargo, no todos los miembros de la oposición creen que es sabio que Guaidó se asocie a las sanciones que están profundizando el sufrimiento de los venezolanos y desencadenando un caos esporádico. Un diputado de la Asamblea Nacional, el parlamento dominado por la oposición al cual Maduro despojó de sus poderes en 2017, comenta que visitó Maracaibo, la sofocante capital petrolera del noroeste del país, días después que los cortes de energía llegaran a su climax con el saqueo de aproximadamente quinientos negocios. Según informes, algunos comerciantes se armaron para proteger sus establecimientos después de descubrir que la policía se había ido. “Mis aliados ahí solían atacarme por llamar al dialogo con el gobierno. Ahora han visto lo que pasa cuando las cosas colapsan totalmente, y me dijeron: ‘tenías razón’”.      

Una larga brecha

Alertas al espectro del caos social; al creciente éxodo de migrantes a través de la frontera con Colombia, que permanece oficialmente cerrada; a la propagación de grupos armados no estatales; y a los peligros del enredo militar estadounidense o ruso en Venezuela, los representantes tanto del gobierno como de la oposición llaman en privado a la moderación y el compromiso. Los esfuerzos internacionales para presionar por una solución negociada o para crear condiciones bajo las cuales unos diálogos de paz se puedan desarrollar, sobre todo por parte del Grupo de Contacto Internacional apoyado por la UE, se están intensificando. Las fórmulas para desbloquear el estancamiento entre los dos bandos están proliferando, mientras que los canales secretos para las conversaciones se construyen bajo las trincheras. Los líderes chavistas ahora hablan con franqueza de las condiciones bajo las cuales aceptarían nuevas elecciones y un posible período de oposición. "Bueno, al menos estuvimos 20 años en el poder", dice uno, estoicamente, "y la oligarquía estuvo casi 200". Las principales figuras de la oposición coquetean con la herejía al aceptar que Maduro podría permanecer en el cargo hasta que se celebren estas nuevas elecciones, posiblemente presidiendo un gobierno de tecnócratas.

Pero estas iniciativas no son más que una charla tranquilizadora a menos que resuelvan las diferencias fundamentales que la campaña de presión está, en todo caso, profundizando en lugar de mitigar. Incluso para los pragmáticos en la oposición, ninguna negociación es posible sin una clara muestra de buena fe por parte del gobierno, dado el fracaso de las rondas anteriores de conversaciones. Para ellos, buena fe significa una concesión histórica: el compromiso de que el gobierno acepte la pérdida de poder, el restablecimiento de la autoridad de la Asamblea Nacional o la reforma radical del desacreditado Consejo Nacional Electoral como primer paso hacia las elecciones anticipadas. La liberación masiva de presos políticos, del tipo que el presidente Daniel Ortega ha prometido en Nicaragua, también ayudaría a provocar un acercamiento.

Hasta que empiecen los diálogos, la campaña de presión económica persistirá y los venezolanos más vulnerables serán los más afectados.

Mientras tanto, a los ojos del gobierno, la asfixia económica que en teoría debería alentarlos a considerar las negociaciones, los lleva en cambio a creer que la oposición y Washington no desean la restauración de la democracia, sino que, en palabras de un ministro reciente, “la aniquilación política del chavismo”. Mientras que la oposición exige una muestra de sinceridad del gobierno para comenzar las conversaciones de paz, los chavistas insisten en las garantías de un trato justo al final del proceso. Desean asegurar que su movimiento sea respetado como una fuerza política, que no serán enjuiciados o expuestos a una caza de brujas, y que el nuevo gobierno respetará sus políticas sociales. Insisten en que deben tener derecho a participar en nuevas elecciones si ocurren, y mantener el poder si son ganadores. Y están convencidos de que no se puede confiar en ninguna garantía o promesa de respetar sus demandas mientras los EE. UU. mantengan su apoyo al "gobierno paralelo" de Guaidó e impongan sanciones que no se levantarán a menos que los chavistas se rindan.

La desconfianza y el dogmatismo hacen extremadamente difícil para ambas partes dar lo que el otro quiere para poder empezar las negociaciones a la brevedad. Mientras tanto, hasta que empiecen los diálogos, la campaña de presión económica persistirá y los venezolanos más vulnerables serán los más afectados. Y la presión no dará necesariamente el resultado que la oposición espera.

De vuelta en La Vega, la activista comunitaria chavista termina con su fulminante evaluación del gobierno de Maduro. Ha traicionado al pueblo, de eso está segura. Así que le pregunto cómo se sentiría si Guaidó llegara al poder. Brilla con certeza, pero de otra naturaleza. "Mírame", dice ella. Ella es negra. “No voy a volver a ser comparada con el río Guaire, con las aguas sucias del Guaire. De ninguna manera".

This text was edited on 10 April 2019 to rectify an earlier version that incorrectly suggested that Hugo Chávez was in power for twenty years. Chávez was president of Venezuela for fifteen years. 

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